El Fugaz Ascenso y Trágico Final del Emperador Severo II

En la tumultuosa historia de Roma, la figura de Severo II representa un eslabón trágico y fundamental. Elevado al rango de Augusto en 306 d.C. para preservar el ordenado sistema de la Tetrarquía, su reinado fue tan breve como funesto. Su intento de sofocar la rebelión de Majencio en Roma se convirtió en un desastre cuando sus propias tropas, leales a su antiguo general Maximiano, lo abandonaron. Capturado y ejecutado en 307 d.C., su muerte no solo demostró la fragilidad del sistema de Diocleciano, sino que desató las guerras civiles que finalmente llevarían a Constantino al poder supremo.

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9/2/202517 min read

imperio tetrarquía
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En el vasto y tumultuoso lienzo de la historia romana, existen figuras cuya notoriedad reside no en la longevidad de su gobierno o en la magnificencia de sus conquistas, sino en la brevedad de su paso por el poder y en el papel crucial que, a menudo involuntariamente, jugaron en los momentos de inflexión del Imperio. Uno de estos personajes, cuya existencia en la cúspide del poder fue tan efímera como una estrella fugaz en el cielo nocturno, fue Flavio Valerio Severo, conocido en los anales de la historia como Severo II. Su nombre, a menudo relegado a una nota a pie de página entre los titanes de la Tetrarquía y el advenimiento de Constantino el Grande, representa un eslabón fundamental y trágico en la cadena de acontecimientos que desmantelaron el ordenado sistema de gobierno ideado por Diocleciano y sumieron a Roma, una vez más, en el caos de la guerra civil.

La historia de este emperador no es una de grandes monumentos o reformas legislativas; es un relato de lealtad, ambición, traición y fracaso. Su ascenso desde las filas del ejército ilirio hasta la púrpura imperial fue un testimonio de la meritocracia militar tardorromana, pero su caída fue un crudo recordatorio de que, en la arena política de Roma, la legitimidad y la lealtad eran bienes volátiles, fácilmente superados por lazos de sangre, la nostalgia de un pasado glorioso y la insaciable sed de poder. Designado para ser un pilar del sistema tetrarquico, su reinado se convirtió en la primera gran grieta que anunciaría el derrumbe del edificio. Su marcha sobre Roma, concebida como una acción policial para sofocar una usurpación, se transformó en una humillante retirada que expuso la fragilidad de su autoridad y la profunda desafección de unas tropas que aún veneraban a sus antiguos comandantes. Su muerte, envuelta en promesas rotas y el frío cálculo político, no solo eliminó a un Augusto legítimo del tablero, sino que aceleró la espiral de violencia que solo concluiría con el triunfo de un nuevo y único señor para el Imperio. Este es el relato de un hombre atrapado en la tormenta de la historia, un emperador cuyo breve y desafortunado mandato sirvió de catalizador para el fin de una era y el amanecer de otra.

Un Mundo en Crisis: El Crisol del Siglo III

Para comprender la importancia del breve paso de Flavio Valerio Severo por el poder, es indispensable retroceder y examinar el estado del Imperio Romano al que se vio abocado a gobernar. El siglo III d.C. ha sido acertadamente bautizado por la historiografía como la "Crisis del Siglo III", un período de aproximadamente cincuenta años (235-284 d.C.) durante el cual el Imperio se tambaleó al borde del colapso total. Fue una era de anarquía militar, desintegración política, ruina económica y profundos cambios sociales y religiosos.

Políticamente, el asesinato del emperador Alejandro Severo en 235 d.C. a manos de sus propias tropas inauguró un ciclo vicioso de violencia. El poder ya no residía en el Senado de Roma, ni siquiera en una dinastía estable, sino en las legiones estacionadas en las fronteras. Cualquier general con el respaldo de sus hombres podía aspirar a la púrpura. Durante este medio siglo, más de veinte emperadores "legítimos" y un sinfín de usurpadores se sucedieron en el trono, la mayoría de ellos muriendo de forma violenta. El Imperio se fragmentó territorialmente con la creación de entidades secesionistas como el Imperio Galo en Occidente y el Reino de Palmira en Oriente, que desafiaron la autoridad central de Roma.

Militarmente, las fronteras estaban sometidas a una presión sin precedentes. En el Rin y el Danubio, confederaciones de tribus germánicas y sármatas, como los francos, alamanes y godos, realizaban incursiones cada vez más profundas y destructivas. En el Este, el surgimiento del agresivo Imperio Sasánida en Persia, heredero del antiguo espíritu parto, representaba una amenaza constante y sofisticada para las provincias orientales. La necesidad de defender un frente tan vasto y poroso exigía un ejército cada vez más grande y costoso, lo que a su vez aumentaba el poder de los militares y la carga fiscal sobre la población.

Económicamente, la crisis fue devastadora. La constante guerra civil destruía cosechas, interrumpía las rutas comerciales y generaba una inseguridad endémica. Para financiar las incesantes campañas militares y las donaciones a los soldados (el donativum), los emperadores recurrieron a la devaluación sistemática de la moneda. El denario, que a principios del siglo III todavía contenía alrededor de un 50% de plata, se convirtió en una moneda de vellón con apenas un 2% del metal precioso a finales de la década de 260. Esta hiperinflación destruyó los ahorros, arruinó a la clase media urbana y forzó un retorno a una economía de trueque en muchas regiones. La presión fiscal se volvió insoportable, y la producción agrícola e industrial se resintió gravemente.

En este contexto de caos y desesperación, la llegada al poder de Diocleciano en 284 d.C. marcó un punto de inflexión. Diocleciano, un militar de origen ilirio como tantos otros emperadores de la época, comprendió que los problemas del Imperio eran demasiado profundos y complejos para ser resueltos por un solo hombre. Su solución fue radical y cambiaría la faz del gobierno romano para siempre: la Tetrarquía.

La Solución de Diocleciano: El Nacimiento de la Tetrarquía

La Tetrarquía, o "gobierno de cuatro", fue un sistema diseñado para abordar las múltiples crisis del siglo III. Diocleciano se dio cuenta de que un solo emperador no podía estar en la frontera del Rin y en la de Persia al mismo tiempo. Dividió el poder y la responsabilidad, pero no el Imperio. En 286 d.C., elevó a un compañero de armas, Maximiano, al rango de Augusto, encargándole la defensa de Occidente mientras él se concentraba en Oriente. Ambos Augustos eran teóricamente iguales, aunque Diocleciano, como Augustus senior, mantenía una primacía de autoridad.

En 293 d.C., el sistema se expandió. Cada Augusto adoptó a un sucesor y adjunto con el título de César. Diocleciano eligió a Galerio, y Maximiano a Constancio Cloro. A cada uno de los cuatro tetrarcas se le asignó una porción del Imperio para gobernar y defender, con su propia capital estratégica cerca de las fronteras (Nicomedia, Mediolanum, Sirmium, Tréveris), desplazando deliberadamente a Roma como centro político.

El sistema tenía múltiples objetivos. Militarmente, permitía una respuesta rápida y coordinada a las amenazas en todas las fronteras. Políticamente, buscaba resolver el problema de la sucesión: a la muerte o abdicación de un Augusto, su César le sucedería automáticamente, y un nuevo César sería elegido, evitando así los vacíos de poder y las guerras civiles sucesorias. Ideológicamente, la Tetrarquía se presentaba como una hermandad divina. Diocleciano y Galerio adoptaron el patronazgo de Júpiter (Iovii), mientras que Maximiano y Constancio se asociaron con Hércules (Herculii), creando una mística de poder sobrehumano y legitimidad celestial.

Durante veinte años, la Tetrarquía funcionó con una eficacia asombrosa. Se restauró la estabilidad en las fronteras, se sofocaron las usurpaciones y se emprendieron profundas reformas administrativas, fiscales y militares que sentaron las bases del Dominado o Imperio Romano Tardío. Fue en este mundo, forjado por la crisis y estabilizado por la mano férrea de Diocleciano, donde un soldado llamado Flavio Valerio Severo forjó su carrera.

Un Soldado Ilirio: Los Orígenes y la Carrera de Flavio Valerio Severo

Como muchos de los hombres que llegaron a la cima del poder en el Bajo Imperio, los orígenes de Flavio Valerio Severo son humildes y oscuros. Nació en algún momento a mediados del siglo III en la región de Iliria (los Balcanes occidentales), una provincia que se había convertido en la principal cantera de soldados y emperadores de Roma. Era la misma tierra que había visto nacer a Claudio II el Gótico, Aureliano, Probo y al propio Diocleciano. Estos hombres, curtidos en la dura vida militar de las fronteras del Danubio, compartían una disciplina férrea, una lealtad a la institución militar y una falta de conexión con la vieja aristocracia senatorial de Roma.

Las fuentes históricas no nos proporcionan detalles sobre su familia o sus primeros años. Su carrera fue eminentemente militar. Se alistó en el ejército y ascendió a través de los rangos gracias a su competencia y, de manera crucial, a su amistad y camaradería con Galerio. Ambos eran ilirios y compartían una visión del mundo forjada en los campamentos militares. El autor anónimo conocido como el Anónimo Valesiano lo describe como un hombre entregado a la bebida y el libertinaje, aunque esta podría ser una calumnia posterior de fuentes pro-constantinianas. Lo que es innegable es su lealtad a Galerio, quien se convirtió en su mentor y principal valedor.

Cuando Diocleciano y Maximiano tomaron la decisión sin precedentes de abdicar voluntariamente el 1 de mayo de 305 d.C., la Primera Tetrarquía llegó a su fin. Según el sistema, Constancio Cloro y Galerio ascendieron al rango de Augustos. La cuestión crucial era quiénes serían los nuevos Césares. Las opciones más evidentes, por lazos de sangre y popularidad entre las tropas, eran Constantino (hijo de Constancio) y Majencio (hijo de Maximiano). Sin embargo, Diocleciano y, especialmente, Galerio, se oponían a un principio dinástico que consideraban una de las causas de la inestabilidad pasada. Querían que el sistema se basara en la elección del más apto, no en el derecho de nacimiento.

Galerio, ahora el Augusto más influyente debido a la frágil salud de Constancio, impuso su voluntad. Ignorando a los hijos de los emperadores, promovió a dos de sus hombres de confianza. Para Oriente, eligió a su sobrino, Maximino Daya. Para Occidente, bajo la autoridad nominal de Constancio, impuso a su amigo y camarada de armas: Flavio Valerio Severo.

Imperio romano en 305. Territorios correspondientes a los tetrarcas. Marcomogollon. Creative Commons Attribution-Share Alike 4.0 International license.

aureo de severo II
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EVERUS II. 306-307. Aquileia. Aureus. Als Caesar. Vorderseite: SEVERVS NOB CAES Belorbeerter Kopf r. Rückseite: FELICITAS CAESS NOSTR Felicitas thront l. mit Caduceus und Füllhorn.. Otto Nickl. Creative Commons Attribution-Share Alike 4.0 International license.

El César de Occidente: La Investidura en la Segunda Tetrarquía (305-306 d.C.)

En la ceremonia de abdicación de Maximiano en Mediolanum (Milán), Flavio Valerio Severo fue proclamado César de Occidente. Su nombramiento fue una sorpresa y una decepción para muchos, especialmente para las tropas de Constancio que esperaban la promoción de Constantino. A Severo se le asignó el gobierno de Italia, África y, posiblemente, Panonia, estableciendo su residencia en Mediolanum. Su tarea principal era asegurar la lealtad de estas provincias y sus ejércitos, y actuar como el lugarteniente de confianza del Augusto Constancio.

Su año como César transcurrió sin grandes sobresaltos documentados. Se dedicó a las tareas administrativas y militares propias de su cargo. Sin embargo, su posición era precaria desde el principio. Carecía de una base de poder propia sólida; su autoridad emanaba directamente de Galerio, el Augusto de Oriente. Las tropas bajo su mando en Italia habían servido durante mucho tiempo bajo Maximiano, y su lealtad al nuevo César ilirio era, en el mejor de los casos, superficial. Además, en Roma, el descontento crecía. La ciudad, otrora capital del mundo, había sido marginada por la Tetrarquía. Sus habitantes y, sobre todo, la poderosa Guardia Pretoriana, sentían que sus privilegios estaban siendo erosionados.

Este delicado equilibrio se rompió de forma abrupta en julio de 306 d.C. Constancio Cloro, el Augusto de Occidente, murió en Eboracum (la actual York) durante una campaña en Britania. Sus tropas, ignorando por completo el sistema tetrarquico, aclamaron inmediatamente a su hijo Constantino como nuevo Augusto. Este acto de rebelión militar fue el primer golpe serio al edificio construido por Diocleciano.

La Púrpura Imperial: Un Ascenso Inesperado y Condenado (306 d.C.)

La proclamación de Constantino creó una crisis constitucional. Galerio, como Augusto senior, se enfureció ante esta usurpación que amenazaba con devolver el Imperio a la anarquía de las sucesiones militares. Sin embargo, enfrentarse directamente a Constantino, que contaba con el formidable ejército de la Galia y Britania, era arriesgado. Galerio optó por una solución de compromiso: se negó a reconocer a Constantino como Augusto, pero le concedió el rango de César.

Para mantener la estructura tetrarquica, Galerio necesitaba un nuevo Augusto en Occidente. Siguiendo la línea de sucesión establecida, el César de Occidente debía ser promovido. Así, por designio de Galerio y por la lógica del sistema, Flavio Valerio Severo fue elevado al rango de Augusto.

Su ascenso, sin embargo, no fue una celebración de poder, sino el inicio de su fin. Su legitimidad era puramente formal, conferida por un emperador lejano en Oriente. No tenía el carisma de Constantino ni el legado de un Maximiano. Su autoridad dependía enteramente del respeto a un sistema que acababa de ser violado con éxito. Su ascenso al rango supremo, lejos de consolidar su poder, lo convirtió en el objetivo principal de todas las ambiciones y resentimientos latentes en Occidente. El más peligroso de estos resentimientos se estaba gestando en la propia ciudad de Roma.

La Rebelión en Roma: Majencio y la Sombra de Maximiano

La noticia de la aclamación de Constantino y su posterior reconocimiento como César llegó a Roma y encendió la mecha de la rebelión. Majencio, el hijo del retirado emperador Maximiano, vivía en una villa en las afueras de la ciudad, consumido por la amargura. Se sentía humillado y excluido del poder que consideraba suyo por derecho. Si el hijo de Constancio había podido reclamar la herencia de su padre, ¿por qué no él?

Majencio encontró una causa común con varios grupos descontentos en Roma. Los oficiales de la Guardia Pretoriana, temiendo que el nuevo Augusto disolviera su unidad como parte de las reformas centralizadoras, le ofrecieron su apoyo. La plebe de Roma, ofendida por los rumores de que Galerio y Severo pretendían imponer un censo e impuestos directos sobre la ciudad por primera vez en su historia, también se unió a la causa.

El 28 de octubre de 306 d.C., con el apoyo de los pretorianos y el pueblo, Majencio fue proclamado emperador en Roma. Para dar legitimidad a su usurpación y atraer a más apoyos, envió las insignias imperiales a su padre, Maximiano, quien, aburrido de su retiro forzoso, aceptó gustosamente volver a la arena política, retomando su título de Augusto.

Para Galerio y Severo II, esta rebelión era un desafío intolerable. A diferencia de la proclamación de Constantino, que se había producido en una frontera lejana y se había moderado con una negociación, la usurpación de Majencio tenía lugar en el corazón de Italia, el territorio asignado al Augusto de Occidente. Era una afrenta directa a su autoridad que exigía una respuesta militar inmediata y contundente. La tarea de aplastar la rebelión recayó, por supuesto, en el recién nombrado Augusto: Flavio Valerio Severo.

La Marcha Fallida: Traición y Retirada a Rávena

A principios de 307 d.C., el nuevo Augusto occidental reunió un ejército y marchó desde su capital en Mediolanum hacia el sur, con el objetivo de asediar Roma y deponer a los usurpadores. El ejército que comandaba era considerable y, en teoría, superior a las fuerzas de las que disponía Majencio en la ciudad. Sin embargo, este ejército tenía un defecto fatal: una gran parte de sus soldados, y quizás la mayoría de sus cuadros de mando, eran veteranos que habían servido durante años bajo el mando de Maximiano.

Al llegar a las murallas de Roma, el asedio comenzó. Pero Maximiano, un general astuto y una figura legendaria para las tropas, jugó su carta maestra. Salió de la ciudad y se dirigió al campamento sitiador, no para luchar, sino para hablar con sus antiguos soldados. Les recordó sus campañas conjuntas, las victorias compartidas y las generosas donaciones que habían recibido de él. Les apeló a su lealtad personal, contrastando su glorioso pasado con el presente bajo el mando de un oficial ilirio advenedizo, un mero instrumento de Galerio.

El efecto fue devastador y casi instantáneo. Regimientos enteros comenzaron a desertar y a pasarse al bando de Maximiano y Majencio. El ejército de Severo se desintegró ante sus ojos. Enfrentado a una traición masiva y al riesgo de ser capturado o asesinado por sus propias tropas, no tuvo más remedio que levantar el asedio y emprender una retirada desesperada. Con los pocos hombres que le permanecían leales, huyó hacia el norte, buscando refugio en la ciudad de Rávena. Rávena, rodeada de pantanos y bien fortificada, era una posición casi inexpugnable, un lugar seguro desde donde podría esperar los refuerzos que, sin duda, Galerio enviaría desde Oriente.

El Ocaso en Tres Tabernas: Captura, Prisión y Muerte (307 d.C.)

Maximiano, sin embargo, sabía que no podía permitirse un asedio prolongado contra Rávena. Tampoco quería que la situación se enquistara hasta la llegada del formidable ejército de Galerio. Decidió utilizar la astucia en lugar de la fuerza. Se presentó ante las murallas de Rávena y, bajo solemnes juramentos, ofreció a su rival una salida honorable. Le prometió que si se rendía, su vida sería perdonada.

Severo II se encontraba en una posición desesperada. Atrapado en Rávena, abandonado por su ejército y con pocas esperanzas de resistir un asedio a largo plazo, la oferta de Maximiano parecía la única opción viable. Confiando en la palabra de un ex-Augusto y en el código de honor que se suponía que regía entre los emperadores, se rindió y entregó la ciudad.

Fue su último error. Maximiano no tenía ninguna intención de cumplir su promesa. El emperador depuesto fue arrestado y conducido como prisionero a Roma. Fue recluido en una villa en Tres Tabernas, en la Vía Apia. Su cautiverio sirvió como una poderosa herramienta de propaganda para Majencio y Maximiano. Era la prueba viviente de su victoria y de la impotencia de los emperadores "legítimos".

Su final exacto es confuso, ya que las fuentes antiguas difieren en los detalles. Cuando Galerio invadió Italia más tarde en 307 d.C. para vengar a su colega y aplastar la rebelión, Majencio utilizó a su prisionero como escudo. Según Lactancio, se le dio la opción de suicidarse abriéndose las venas, un método considerado más "digno" para un emperador que la ejecución directa. Según Zósimo, fue simplemente ejecutado por orden de Majencio. Sea cual fuere el método, Flavio Valerio Severo murió en la oscuridad de su cautiverio, probablemente en septiembre de 307 d.C. Su reinado como Augusto había durado apenas un año.

Consecuencias y Legado: La Fragmentación del Sueño Tetrarquico

La muerte de Severo II fue mucho más que el final de un emperador desafortunado; fue un golpe mortal para el sistema de Diocleciano. Por primera vez desde la instauración de la Tetrarquía, un Augusto legítimo había sido derrotado, capturado y ejecutado por usurpadores. La invencibilidad y la unidad sagrada del colegio imperial se habían hecho añicos.

La invasión de Italia por parte de Galerio para vengar a su protegido también terminó en un fracaso humillante, ya que sus tropas tampoco mostraron entusiasmo por luchar contra Maximiano. El sistema de sucesión ordenada se había roto por completo. El Imperio tenía ahora múltiples Augustos autoproclamados (Galerio, Maximiano, Majencio, Constantino), lo que condujo a una situación de caos político que recordaba a lo peor de la crisis del siglo III.

El desastre obligó a Galerio a convocar la Conferencia de Carnuntum en 308 d.C., donde el retirado Diocleciano fue llamado para intentar poner orden. Severo II fue oficialmente deificado (una formalidad póstuma) y reemplazado como Augusto de Occidente por otro oficial ilirio, Licinio. A Constantino se le confirmó como César, y Majencio fue declarado enemigo público. Sin embargo, estas decisiones no resolvieron nada. Majencio mantuvo el control de Italia y África, y Constantino y Maximino Daya pronto se autoproclamaron también Augustos.

El legado de Severo II es, por tanto, el de un fracaso que aceleró la historia. Su incapacidad para imponer su autoridad demostró que la lealtad personal y los lazos dinásticos eran fuerzas más poderosas que la legitimidad constitucional abstracta del sistema tetrarquico. Su muerte eliminó a un actor clave del tablero y abrió un vacío de poder en Occidente que sería disputado a sangre y fuego durante los años siguientes. En última instancia, la cadena de acontecimientos que su caída puso en marcha solo se detendría con la victoria final de Constantino sobre todos sus rivales en la batalla del Puente Milvio (312) y en Crisópolis (324), que reunificó el Imperio bajo un único gobernante y puso fin definitivo al experimento de la Tetrarquía.

Memoria y Olvido: Las Fuentes y la Numismática

La memoria histórica de Flavio Valerio Severo ha sido víctima de su breve e infructuoso reinado. Las fuentes literarias que lo mencionan, como Lactancio en su obra Sobre la muerte de los perseguidores o Zósimo en su Nueva Historia, suelen ser hostiles a la Tetrarquía en general o están escritas desde una perspectiva pro-constantiniana. Lo presentan como una figura débil, un peón de Galerio sin iniciativa propia, a menudo con acusaciones morales sobre su carácter. Sufrió una damnatio memoriae informal por parte de sus enemigos, y su nombre fue borrado de algunas inscripciones.

Una fuente más objetiva, aunque limitada, es la numismática. Las monedas acuñadas en su nombre durante su período como César y Augusto nos ofrecen un retrato oficial y una visión de la propaganda imperial. Sus monedas, emitidas en cecas como Aquileia, Ticinum o la propia Roma antes de la rebelión, lo representan con el típico estilo militar y austero de la Tetrarquía, con inscripciones que proclaman la VIRTUS MILITUM (la virtud de los soldados) o la GENIO POPULI ROMANI (el genio del pueblo romano). Estas piezas son un testimonio tangible de su existencia y de su legitimidad dentro del sistema, un eco metálico de un poder que se desvaneció con una rapidez asombrosa. Representan el ideal de un Imperio ordenado y unido que su trágico destino ayudó a desmantelar.

En conclusión, la figura de Severo II emerge como un personaje esencialmente trágico. Fue un hombre leal al sistema y a su patrón, elevado a una posición para la que quizás no estaba preparado o, más probablemente, que era insostenible en las circunstancias del momento. Su historia es un poderoso recordatorio de que, en el juego de tronos romano, ser el emperador legítimo no era garantía de poder ni de supervivencia. Su fugaz paso por la púrpura imperial no dejó monumentos ni leyes perdurables, pero su caída marcó el principio del fin del orden tetrarquico y despejó el camino para el surgimiento del hombre que definiría la siguiente etapa de la historia de Roma y de Occidente: Constantino el Grande.

Libros Recomendados en Español

Dado que la figura de Severo II es secundaria en la historiografía, no existen monografías dedicadas exclusivamente a él en español. Sin embargo, su historia se encuentra excelentemente contextualizada en obras que abordan el período de la Tetrarquía y el ascenso de Constantino. Las siguientes obras son recomendables para profundizar en esta fascinante época:

  1. Roldán Hervás, José Manuel. Historia de Roma II. La República Romana y la Alta Edad Imperial. Cátedra, 2007.

    • Aunque es una obra general, los capítulos finales de este volumen y los iniciales de su continuación ofrecen un marco sólido y muy bien escrito sobre la crisis del siglo III y las reformas de Diocleciano. Es un punto de partida fundamental.

  2. Bravo, Gonzalo. Historia del Mundo Antiguo, 54. La caída del Imperio Romano y la génesis de Europa. Síntesis, 1994.

    • Un libro excelente y detallado que se centra específicamente en el período tardorromano. El autor analiza con profundidad la estructura de la Tetrarquía, sus crisis y las guerras civiles que llevaron a su disolución, situando perfectamente el breve gobierno de Severo II.

  3. Southern, Pat. El Imperio Romano: de Severo a Constantino. Crítica, 2004.

    • Una obra de una reconocida especialista británica, traducida al español. Ofrece una narrativa muy accesible pero rigurosa de todo el siglo III y principios del IV. Es ideal para entender el contexto militar y político en el que Severo II ascendió y cayó.

  4. Burckhardt, Jacob. Del paganismo al cristianismo: La época de Constantino el Grande. Fondo de Cultura Económica, 1982.

    • Un clásico de la historiografía del siglo XIX, pero todavía de enorme valor. Aunque su tesis central gira en torno a Constantino, su análisis de la desintegración de la Tetrarquía y de las figuras implicadas, incluido Severo II, es profundo y sugerente.

  5. Potter, David S. The Roman Empire at Bay, AD 180-395. Routledge, 2004. (No traducido, pero fundamental)

moneda severo II
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