La Lucha Silenciosa: Médicos y Pestes del Imperio Romano

El Imperio Romano, célebre por su ingeniería y poder militar, libró una batalla más íntima y constante contra la enfermedad. Su práctica médica fue un complejo mosaico: heredó la teoría de los cuatro humores de la Grecia de Hipócrates y Galeno, pero la aplicó con un pragmatismo único. Médicos, a menudo de origen griego, pasaron de ser esclavos despreciados a figuras de inmenso poder en la corte imperial. A pesar de sus innovaciones en salud pública y cirugía, devastadoras plagas revelaron su vulnerabilidad, mostrando los límites de su saber frente a enemigos invisibles.

ROMA

tio bolas

9/5/202512 min read

médicos de las legiones romanas
médicos de las legiones romanas

En el imaginario colectivo, el Imperio Romano evoca imágenes de legiones disciplinadas, acueductos monumentales y una ingeniería que desafiaba los límites del mundo antiguo. Sin embargo, detrás de esta fachada de poder y orden, se libraba una batalla constante y silenciosa: la lucha contra la enfermedad, el dolor y la muerte. La medicina en la Antigua Roma no fue una disciplina estática, sino un fascinante y complejo mosaico de influencias griegas, pragmatismo militar, remedios populares, superstición arraigada y, en ocasiones, destellos de una brillantez científica que tardaría siglos en ser superada. Explorar el mundo de los médicos imperiales y las dolencias que afligían a la población es adentrarse en el corazón mismo de la vida y la muerte romanas, un ámbito donde el bisturí de un cirujano podía ser tan decisivo como la espada de un gladiador y donde plagas invisibles resultaron ser enemigos más formidables que cualquier horda bárbara. Esta es la historia de cómo Roma intentó sanar, de sus triunfos y de sus estrepitosos fracasos frente a la fragilidad del cuerpo humano.

Las Raíces del Saber: La Herencia Griega y la Desconfianza Romana

La medicina romana, en sus inicios, era un asunto doméstico y religioso. El paterfamilias, el jefe de la familia, era el principal custodio de la salud de su hogar, empleando un compendio de remedios tradicionales basados en hierbas, rituales y la experiencia transmitida de generación en generación. Figuras como Catón el Viejo, en el siglo II a.C., personificaban la desconfianza romana hacia la creciente influencia helenística. Catón abogaba por remedios autóctonos y sencillos, siendo su panacea universal la col, que recomendaba tanto para la digestión como para curar heridas y luxaciones. Para él, los médicos griegos, que comenzaban a llegar a la Urbe, no eran más que charlatanes codiciosos que buscaban envenenar a los robustos ciudadanos romanos con sus complejas y extrañas teorías.

Esta hostilidad inicial se debía, en parte, a la naturaleza radicalmente diferente del enfoque griego. La medicina griega, codificada por la figura casi mítica de Hipócrates de Cos (c. 460-370 a.C.), intentaba separar la enfermedad de la intervención divina. Aunque no negaba la existencia de los dioses, la escuela hipocrática postulaba que cada enfermedad tenía una causa natural que podía ser estudiada y comprendida. Su legado más perdurable fue la Teoría de los Cuatro Humores, una doctrina que dominaría el pensamiento médico occidental durante casi dos milenios.

Según esta teoría, el cuerpo humano estaba compuesto por cuatro fluidos o humores:

  1. Sangre (Sanguis): Asociada al aire, el corazón y la primavera. Un exceso producía un temperamento sanguíneo (optimista, sociable).

  2. Flema (Phlegma): Asociada al agua, el cerebro y el invierno. Su exceso llevaba a un temperamento flemático (calmado, apático).

  3. Bilis Amarilla (Cholera): Asociada al fuego, el hígado y el verano. Un exceso generaba un temperamento colérico (irascible, violento).

  4. Bilis Negra (Melaina Cholē): Asociada a la tierra, el bazo y el otoño. Su exceso producía un temperamento melancólico (triste, depresivo).

La salud era el resultado del equilibrio perfecto (eukrasia) de estos cuatro humores. La enfermedad (dyskrasia), por tanto, era un desequilibrio. El objetivo del médico era restaurar la armonía mediante dietas, purgas, sangrías y remedios que contrarrestaran el humor excesivo.

A pesar de la resistencia inicial, la superioridad sistemática del enfoque griego era innegable. Hacia el siglo I a.C., la medicina helenística ya se había establecido firmemente en Roma. Figuras como Asclepíades de Bitinia introdujeron nuevas ideas, desafiando la teoría humoral con su propia "teoría corpuscular", que sostenía que el cuerpo estaba compuesto por átomos y poros, y que la enfermedad surgía del bloqueo o relajación de estos últimos. Su enfoque terapéutico era más suave, favoreciendo las dietas, los masajes y los baños, lo que le granjeó una enorme popularidad entre la élite romana.

El Medicus: Estatus, Especialización y Figuras Notables

El perfil del médico (medicus) en la sociedad romana era ambiguo y lleno de contradicciones. La mayoría de los facultativos eran de origen griego, y muchos llegaron a Roma como esclavos. Incluso los médicos libres o libertos cargaban con el estigma de ejercer una profesión manual, algo considerado indigno para un patricio romano. No existía un sistema de licencias o regulación oficial, lo que significaba que cualquiera podía proclamarse médico. Esto dio lugar a una proliferación de charlatanes y curanderos cuya incompetencia a menudo tenía resultados fatales, como atestiguan los escritos satíricos de Marcial o Plinio el Viejo, quien llegó a decir que "la medicina es la única profesión en la que un hombre puede matar a otro con total impunidad".

Sin embargo, para aquellos con talento y ambición, la medicina ofrecía una vía de ascenso social y enriquecimiento sin parangón. Un médico hábil podía ganar una fortuna y obtener el favor de los poderosos. Los emperadores, conscientes de su vulnerabilidad, mantenían a su servicio a los médicos más reputados del Imperio, los archiatri palatini, quienes gozaban de inmensos privilegios.

La práctica médica no era monolítica; existían diversas especializaciones, a menudo con una considerable superposición:

  • Médicos Generalistas (Medici): Se ocupaban del diagnóstico y tratamiento de enfermedades internas, basándose principalmente en la dietética y la farmacología.

  • Cirujanos (Chirurgi): Realizaban operaciones, trataban heridas, fracturas y luxaciones. Su campo de acción principal era el ejército.

  • Oftalmólogos (Oculisti): Especialistas en enfermedades oculares, muy comunes debido al polvo, el sol y las infecciones. Realizaban delicadas operaciones como la de cataratas.

  • Dentistas (Dentarii): Se dedicaban a las extracciones y a la creación de prótesis dentales rudimentarias.

  • Ginecólogos y Comadronas (Obstetrices): Las comadronas, casi siempre mujeres, asistían en la mayoría de los partos. Los médicos varones solo intervenían en casos de extrema dificultad.

Dos figuras destacan por encima de todas en la historia de la medicina romana, no tanto por ser romanos de origen, sino por el impacto que su trabajo, realizado dentro del Imperio, tuvo en la posteridad.

Aulo Cornelio Celso (c. 25 a.C. - 50 d.C.): Celso no era médico, sino un enciclopedista patricio que escribió sobre agricultura, arte militar, retórica y medicina. Su obra De Medicina es el único tratado completo que nos ha llegado de la gran escuela de Alejandría. Es un tesoro de conocimiento que resume la práctica médica de su tiempo. El libro se divide en tres partes: dietética, farmacología y cirugía. Su descripción de la inflamación (rubor, tumor, calor y dolor) sigue siendo un pilar de la medicina moderna. Detalla procedimientos quirúrgicos complejos, como la extracción de cálculos de la vejiga, la amputación de miembros y la cirugía plástica para reconstruir narices y orejas, con una claridad y precisión asombrosas.

Galeno de Pérgamo (129 - c. 216 d.C.): Si hay un nombre que define la medicina imperial, es el de Galeno. Este médico y filósofo griego fue una de las mentes más prodigiosas de la antigüedad. Su carrera comenzó tratando a gladiadores en Pérgamo, una experiencia que le proporcionó un conocimiento práctico inigualable sobre anatomía y traumatología. Más tarde se trasladó a Roma, donde su habilidad para el diagnóstico y sus espectaculares curas le granjearon la fama y el patronazgo de emperadores como Marco Aurelio, Cómodo y Septimio Severo.

Galeno fue un escritor increíblemente prolífico. Su obra es una vasta síntesis de todo el conocimiento médico anterior, que él mismo expandió a través de una incansable experimentación. Sistematizó y refinó la teoría de los cuatro humores de Hipócrates, convirtiéndola en un dogma casi irrefutable. Su mayor contribución fue en el campo de la anatomía y la fisiología. Dado que la disección de cadáveres humanos estaba prohibida en Roma por tabúes religiosos, Galeno realizó innumerables disecciones y vivisecciones de animales (principalmente cerdos y monos de Berbería), asumiendo que su anatomía era análoga a la humana. Esto le llevó a descubrimientos revolucionarios, como demostrar que las arterias transportaban sangre y no aire, o comprender la función de los riñones y la médula espinal. Sin embargo, también le condujo a errores significativos (como la existencia de una rete mirabile en la base del cerebro humano o la comunicación entre los ventrículos del corazón) que, debido a su inmensa autoridad, se perpetuaron como verdades médicas durante más de 1.300 años, hasta que Vesalio los corrigió en el Renacimiento.

medicos romanos
medicos romanos

El Arsenal Terapéutico: Instrumentos, Fármacos y Cirugía

El arsenal del médico romano era sorprendentemente sofisticado. Los hallazgos arqueológicos, especialmente en Pompeya y Herculano, han revelado una gran variedad de instrumentos quirúrgicos de bronce, hierro y plata, muchos de los cuales son asombrosamente similares a los que se utilizan hoy en día. Entre ellos se encuentran:

  • Bisturíes (Scalpelli): Con hojas de acero de diferentes formas y tamaños, intercambiables.

  • Fórceps y Pinzas: Para sujetar tejidos, extraer esquirlas o manipular vasos sanguíneos.

  • Sondas y Espéculos: Para examinar orificios corporales.

  • Ganchos y Elevadores de Huesos: Para tratar fracturas complejas.

  • Trépanos: Sierras cilíndricas para perforar el cráneo en procedimientos de trepanación.

  • Cauterios: Instrumentos que se calentaban al rojo vivo para detener hemorragias o extirpar tumores.

La cirugía era una práctica arriesgada y dolorosa. Aunque se conocían sustancias con propiedades analgésicas como el opio (procedente de la adormidera) y la mandrágora, su dosificación era imprecisa y no existía una anestesia real. Las operaciones se realizaban con el paciente consciente, a menudo sujetado por varios asistentes. La velocidad era esencial para minimizar el sufrimiento. A pesar de estos desafíos, los cirujanos romanos llevaban a cabo intervenciones notables, como la ya mencionada operación de cataratas (en la que se usaba una aguja para desplazar el cristalino opaco), amputaciones (con una alta tasa de mortalidad por hemorragia y shock) y la cesárea, un procedimiento que, contrariamente a la creencia popular sobre Julio César, solo se realizaba en mujeres fallecidas para intentar salvar al bebé.

La farmacología era otra piedra angular del tratamiento. El conocimiento de las propiedades de las plantas medicinales era extenso, compilado en tratados como De Materia Medica de Dioscórides, un médico militar griego del siglo I d.C. que describió más de 600 plantas. Se utilizaban el extracto de corteza de sauce (que contiene salicina, precursora de la aspirina) como analgésico, el hinojo para problemas digestivos, el eléboro como purgante y el vino como desinfectante básico para las heridas. Los remedios también incluían minerales (como el sulfato de cobre) y productos de origen animal, a menudo con un componente mágico o supersticioso.

El Enemigo Invisible: Enfermedades, Salud Pública y las Grandes Plagas

La vida en el Imperio Romano era una lucha constante contra la enfermedad. La esperanza de vida al nacer apenas alcanzaba los 25-30 años, una cifra lastrada por la altísima mortalidad infantil. Quienes sobrevivían a la infancia podían esperar vivir hasta los 40 o 50 años. Las ciudades, especialmente Roma, eran focos de infección. A pesar de su impresionante sistema de alcantarillado (la Cloaca Máxima) y sus magníficos acueductos que traían agua limpia, la densidad de población, la falta de higiene personal en los barrios pobres (insulae) y la acumulación de basura creaban un caldo de cultivo perfecto para las enfermedades infecciosas.

Las dolencias más comunes incluían:

  • Enfermedades gastrointestinales: Fiebre tifoidea, cólera y disentería, propagadas por el agua y los alimentos contaminados.

  • Tuberculosis y Neumonía: Favorecidas por el hacinamiento en las viviendas.

  • Malaria: Endémica en muchas zonas pantanosas de Italia, conocida como las "fiebres romanas".

  • Parásitos: La falta de saneamiento adecuado hacía que las infecciones por lombrices y otros parásitos intestinales fueran casi universales.

  • Enfermedades de la piel: Sarna, tiña e infecciones bacterianas eran muy frecuentes.

  • Envenenamiento por plomo (Saturnismo): El uso extensivo de plomo en las tuberías de agua, los utensilios de cocina y como edulcorante en el vino (sapa) provocaba una intoxicación crónica que podía causar problemas neurológicos, gota y esterilidad, afectando principalmente a las clases altas.

La mayor contribución de Roma a la medicina no fue tanto en la teoría como en la práctica de la salud pública, especialmente en el ámbito militar. Conscientes de que un ejército sano era un ejército eficaz, los romanos desarrollaron un sistema médico militar sin precedentes. Crearon los valetudinaria, hospitales de campaña permanentes construidos en los fuertes fronterizos. Estos edificios estaban diseñados de forma racional, con pasillos, salas para los enfermos, quirófanos y letrinas, y seguían estrictos principios de higiene. En ellos, un cuerpo organizado de médicos militares trataba las heridas de guerra y las enfermedades, logrando mantener la capacidad de combate de las legiones.

Sin embargo, ni la ingeniería ni la medicina militar pudieron preparar al Imperio para el azote de las grandes pandemias. Dos de ellas marcaron profundamente su historia:

  1. La Peste Antonina (165-180 d.C.): Traída por las tropas que regresaban de las campañas en Partia (Oriente Próximo), esta plaga devastó el Imperio durante el reinado de Marco Aurelio. El propio Galeno fue testigo directo y describió sus síntomas: fiebre, diarrea, erupciones cutáneas purulentas... Los historiadores modernos creen que probablemente se trató de un brote virulento de viruela. La mortalidad fue catastrófica. Se estima que acabó con la vida de entre un cuarto y un tercio de la población, unos cinco millones de personas, incluyendo al propio emperador Lucio Vero. La plaga diezmó el ejército, paralizó la economía y marcó el inicio de un largo periodo de inestabilidad y declive.

  2. La Peste de Cipriano (c. 249-262 d.C.): Bautizada así por San Cipriano, obispo de Cartago, quien describió sus horrores, esta segunda gran pandemia fue igualmente devastadora. Sus síntomas (vómitos, hemorragias oculares y gangrena de las extremidades) sugieren que pudo ser un filovirus (similar al Ébola) o quizás sarampión. En su apogeo, se dice que morían hasta 5.000 personas al día solo en la ciudad de Roma. La Peste de Cipriano exacerbó la crisis política y militar del siglo III, contribuyendo a la fragmentación temporal del Imperio y dejando cicatrices demográficas que tardarían generaciones en sanar.

Legado y Conclusión: La Larga Sombra de la Medicina Romana

La caída del Imperio Romano de Occidente en el 476 d.C. supuso un retroceso en muchos campos, incluida la medicina organizada. Los hospitales militares desaparecieron, las ciudades se despoblaron y gran parte del conocimiento médico se perdió o quedó recluido en los monasterios. Sin embargo, el legado de Roma no se extinguió. La obra de Galeno, traducida al árabe, fue preservada y enriquecida por los grandes médicos del mundo islámico como Avicena y Rhazes, para luego ser reintroducida en Europa durante la Baja Edad Media, donde se convirtió en la autoridad médica indiscutible hasta el Renacimiento.

En retrospectiva, la medicina imperial romana fue un campo de luces y sombras. Estaba lastrada por teorías erróneas como la de los humores y limitada por tabúes religiosos que impedían el estudio directo del cuerpo humano. La superstición y la magia nunca desaparecieron del todo, coexistiendo con la práctica racional. No obstante, sus logros fueron extraordinarios para su tiempo. Estableció las bases de la salud pública a través de la ingeniería sanitaria, desarrolló un sistema hospitalario militar pionero, perfeccionó técnicas quirúrgicas y nos legó un corpus de conocimiento, a través de Celso y Galeno, que sentó las bases de la medicina occidental. La lucha silenciosa que libraron aquellos medici en las bulliciosas ciudades, en los campos de batalla y en las cámaras de los emperadores, fue una parte tan fundamental de la historia de Roma como sus conquistas y sus leyes, un recordatorio perdurable de la eterna búsqueda humana por comprender y vencer a la enfermedad.

Libros Recomendados en Español

Para profundizar en el fascinante mundo de la medicina en la Antigua Roma, se recomiendan las siguientes obras:

  1. Nutton, Vivian. La medicina en la antigua Roma. La esfera de los libros, 2012.

    • Considerado uno de los trabajos más completos y actualizados sobre el tema, escrito por uno de los mayores expertos mundiales. Abarca desde los orígenes etruscos hasta la caída del Imperio, analizando la teoría, la práctica y el contexto social de los médicos.

  2. Jackson, Ralph. Doctors and Diseases in the Roman Empire. University of Oklahoma Press, 1988 (Aunque el original es en inglés, es una referencia fundamental y a menudo citada en bibliografía española).

    • Un libro muy accesible y bien ilustrado que se centra en los aspectos más prácticos de la medicina, como los instrumentos quirúrgicos encontrados en excavaciones y las evidencias de enfermedades en restos óseos.

  3. García Ballester, Luis. Galeno en la sociedad y en la ciencia de su tiempo. Ediciones Guadarrama, 1972.

    • Una biografía intelectual y social de la figura más importante de la medicina romana. Aunque es una obra clásica, sigue siendo una referencia indispensable para comprender la vida, el pensamiento y el inmenso impacto de Galeno de Pérgamo.

  4. Celso, Aulo Cornelio. De la medicina. Editorial Gredos.

    • La lectura de la fuente original es siempre reveladora. La traducción de Gredos es de alta calidad y permite acceder directamente al conocimiento médico tal y como se compiló en el siglo I d.C., con descripciones asombrosas de procedimientos y remedios.

Fuentes

medicos de Roma
medicos de Roma