Majencio: El Soberano Olvidado de Roma y su Ocaso
Relegado a las sombras de la historia por la propaganda de su vencedor, Constantino el Grande, el emperador Majencio emerge como una figura trágica y fundamental. Su reinado de seis años representó el último y audaz intento de mantener el poder imperial centrado en la Ciudad Eterna, desafiando el nuevo orden tetráquico. A menudo caricaturizado como un déspota pagano, la evidencia revela a un notable constructor y un gobernante pragmático, tolerante con los cristianos. Este texto explora la vida del soberano derrotado en el Puente Milvio, un líder cuyo fin marcó el ocaso definitivo de la Roma clásica.
EMPERADORES
En el vasto y tumultuoso tapiz de la historia romana, existen figuras que, a pesar de su innegable impacto en el devenir del Imperio, han sido relegadas a las sombras por la pluma de sus vencedores. Marco Aurelio Valerio Majencio es, quizás, uno de los ejemplos más paradigmáticos de este fenómeno. Su reinado, de apenas seis años (del 28 de octubre de 306 d.C. al 28 de octubre de 312 d.C.), representa un capítulo fascinante y crucial en la disolución del sistema tetráquico ideado por Diocleciano y el ascenso imparable de Constantino el Grande. A menudo caricaturizado por la historiografía cristiana como un tirano cruel, lujurioso e incompetente, una revisión más profunda y matizada de su gobierno revela a un líder complejo, un hábil administrador y un campeón de la ciudad de Roma, el último emperador que gobernaría de facto desde la antigua capital. Su historia no es solo la de una derrota militar en el Puente Milvio, sino la del último intento de mantener el centro de gravedad del poder imperial en el corazón de Italia, un esfuerzo ahogado en las aguas del Tíber junto a su protagonista. Esta es la crónica de un soberano cuya memoria fue sistemáticamente borrada, un emperador cuyo legado arquitectónico en Roma todavía hoy nos habla de su ambición, y cuyo trágico final marcó el amanecer de una nueva era para el Imperio y para el mundo occidental.
Los Orígenes de un Emperador Inesperado: La Sombra de la Púrpura
Para comprender el ascenso de Majencio, es imprescindible situarse en el convulso panorama político de finales del siglo III y principios del IV. El Imperio Romano había superado la anarquía militar del siglo III gracias a las reformas estructurales de Diocleciano, quien en 293 d.C. instituyó la Tetrarquía. Este sistema dividía el poder entre dos Augustos (uno en Oriente y otro en Occidente) y dos Césares subordinados, destinados a sucederles. El objetivo era garantizar una sucesión estable y una defensa más eficaz de las vastas fronteras.
Majencio nació alrededor del año 280 d.C., en una posición privilegiada. Era hijo de Maximiano, el hombre que Diocleciano había elegido como su co-Augusto para gobernar Occidente. Su madre era Eutropia, una mujer de origen sirio. Por su linaje, Majencio parecía destinado a ocupar un lugar prominente en la nueva jerarquía imperial. Además, su posición se vio reforzada por su matrimonio con Valeria Maximila, la hija del Augusto de Oriente, Galerio, uniendo así a dos de las principales familias del poder tetráquico. Sin embargo, el destino y las intrigas palaciegas le tenían reservado un camino muy diferente.
El 1 de mayo de 305 d.C., Diocleciano y Maximiano protagonizaron un acto sin precedentes en la historia romana: la abdicación voluntaria y simultánea. El poder pasó a sus Césares, Galerio en Oriente y Constancio Cloro en Occidente, quienes ascendieron al rango de Augustos. El siguiente paso lógico era nombrar a dos nuevos Césares. Las expectativas se centraban en los hijos naturales de los Augustos salientes: Constantino, hijo de Constancio, y el propio Majencio. Eran jóvenes, de sangre imperial y contaban con el apoyo de facciones importantes del ejército y la aristocracia.
No obstante, Diocleciano, el arquitecto del sistema, y Galerio, el nuevo Augusto senior, tenían otros planes. Consideraban que el principio dinástico, basado en los lazos de sangre, era una de las causas de la inestabilidad pasada. La Tetrarquía se basaba en la meritocracia y la lealtad al sistema, no en la herencia. Por ello, para sorpresa y consternación de muchos, los elegidos como nuevos Césares fueron dos oficiales de confianza de Galerio: Flavio Valerio Severo (conocido como Severo II) para Occidente y Maximino Daya para Oriente.
Esta decisión fue un golpe devastador para las aspiraciones de Majencio y Constantino. Mientras Constantino se encontraba en la corte de Galerio y pudo reaccionar rápidamente uniéndose a su padre en Britania, Majencio quedó en una posición de total irrelevancia política. Se retiró a una de sus villas en las afueras de Roma, un ciudadano privado despojado de cualquier honor o responsabilidad militar, a pesar de ser yerno del emperador más poderoso del momento. Las fuentes, especialmente las hostiles como Lactancio, lo describen durante este período como un hombre resentido y frustrado, consciente de que su derecho de nacimiento había sido usurpado. Esta exclusión no solo hirió su orgullo, sino que sembró la semilla de la rebelión que germinaría apenas un año después.
La Púrpura Imperial: Usurpación y Aclamación en Roma
El nuevo orden tetráquico no tardó en mostrar sus fisuras. La ciudad de Roma, que durante siglos había sido el centro indiscutible del mundo, se sentía cada vez más marginada. Los emperadores tetrárcas gobernaban desde capitales más cercanas a las fronteras, como Tréveris, Milán, Nicomedia o Sirmio. Roma seguía siendo la capital simbólica, pero había perdido su primacía política y administrativa.
El descontento alcanzó su punto álgido en el año 306 d.C. por dos motivos principales. Primero, Galerio, en su afán por racionalizar la fiscalidad imperial, decidió eliminar los privilegios históricos de Italia y la propia Roma, que hasta entonces habían estado exentas del impuesto sobre la tierra (la capitatio-iugatio). La llegada de censores para registrar propiedades y personas fue vista como una afrenta intolerable por el Senado y el pueblo. Segundo, el nuevo Augusto de Occidente, Severo II, siguiendo órdenes de Galerio, decretó la disolución de las cohortes pretorianas que aún quedaban acuarteladas en la ciudad. La Guardia Pretoriana, aunque muy reducida en poder e influencia desde los tiempos de Diocleciano, seguía siendo un símbolo de la grandeza de Roma y una fuente de empleo y orgullo local.
La combinación de la humillación fiscal y la amenaza a los pretorianos creó un caldo de cultivo perfecto para la insurrección. Un grupo de oficiales pretorianos, junto con influyentes ciudadanos romanos, buscaron un líder que pudiera canalizar esta ira popular. Su elección natural fue Majencio. Era el hijo del amado emperador Maximiano, residía cerca de la ciudad y compartía su resentimiento hacia el gobierno de Galerio y Severo.
El 28 de octubre de 306 d.C., los conspiradores acudieron a su villa y le ofrecieron la púrpura imperial. Majencio, tras una calculada vacilación, aceptó. Fue escoltado a Roma y aclamado emperador por las tropas y una multitud enfervorecida. Inicialmente, adoptó el título más modesto de Princeps, posiblemente para no provocar una reacción inmediata y violenta de los Augustos legítimos. Su primer acto fue restaurar la dignidad de Roma y asegurar el control de Italia central y meridional. El prefecto de la ciudad fue asesinado y el poder de Majencio se consolidó rápidamente en la antigua capital.
Para legitimar su posición y ganar un apoyo militar crucial, Majencio jugó su carta más importante: envió las insignias imperiales a su padre, Maximiano, retirado en Lucania, rogándole que regresara a la vida pública para gobernar junto a él. Maximiano, aburrido de su retiro forzoso y ansioso por volver al poder, aceptó con entusiasmo. La reaparición del viejo y respetado Augusto de Occidente otorgó a la usurpación de su hijo una apariencia de legitimidad y, sobre todo, una experiencia militar indispensable para la guerra que se avecinaba.
Villa de Majencio, Roma Subido originalmente por el usuario: MM De la Wikipedia en italiano. Creative Commons Attribution-Share Alike 3.0 Unported.


Busto del emperador Majencio (?), emperador romano de Occidente desde el 306 hasta el 312 d.C. Mármol, primera mitad del siglo IV. De Langres, Champagne, Francia.
Consolidación y Conflicto: Guerras Tetráquicas y Traiciones Familiares
La reacción de Galerio ante la noticia de la rebelión en Roma fue de furia. Ordenó a su César, Severo II, que marchara desde su capital en Milán para aplastar la insurrección. En la primavera de 307 d.C., Severo avanzó hacia Roma al frente de un ejército considerable. Sin embargo, cometió un error fatal de cálculo. Gran parte de sus tropas habían servido durante años bajo el mando de Maximiano. Cuando se encontraron frente a las murallas de Roma, con su antiguo general arengándolos desde lo alto, la lealtad de los soldados se desmoronó. Deserciones masivas debilitaron el ejército de Severo, que se vio obligado a una humillante retirada hacia Rávena.
Maximiano y Majencio lo persiguieron. En Rávena, Maximiano, utilizando su prestigio, convenció a Severo para que se rindiera con la promesa de perdonarle la vida. Severo fue llevado como rehén a Roma. La primera gran amenaza había sido neutralizada con una facilidad asombrosa, consolidando el dominio del padre y el hijo sobre toda Italia.
La respuesta de Galerio fue personal y contundente. En el verano de 307 d.C., él mismo invadió Italia con un poderoso ejército oriental. Su objetivo era vengar a Severo y destruir al régimen rebelde. Sin embargo, Majencio adoptó una estrategia brillante. Consciente de que no podía derrotar a las veteranas legiones de Galerio en campo abierto, se atrincheró tras las inexpugnables Murallas Aurelianas de Roma. Al mismo tiempo, desplegó una campaña de sobornos y propaganda entre las tropas de Galerio, recordándoles los peligros de un asedio prolongado y la generosidad de los usurpadores. La estrategia funcionó a la perfección. El ejército de Galerio, frustrado por su incapacidad para tomar la ciudad y con la moral minada por las deserciones, comenzó a flaquear. Galerio, temiendo sufrir el mismo destino que Severo, ordenó una retirada desastrosa, durante la cual sus tropas saquearon brutalmente la llanura del Lacio. La invasión había fracasado estrepitosamente. Como acto de venganza final, Severo II fue ejecutado o forzado al suicidio.
Tras esta doble victoria, la relación entre Majencio y Maximiano comenzó a deteriorarse. Maximiano, que se consideraba el Augusto senior, esperaba que su hijo actuara como su subordinado. Majencio, por su parte, habiendo sido el artífice de la rebelión y contando con el apoyo incondicional de los pretorianos y el pueblo de Roma, no tenía intención de ceder el poder real. La tensión culminó en un dramático enfrentamiento público en Roma. Maximiano intentó arrancar la púrpura a su hijo delante de las tropas, pero los soldados, leales a Majencio, se pusieron del lado de este último. Humillado y despojado de su autoridad, Maximiano se vio forzado a huir de Italia.
Este conflicto familiar tuvo profundas repercusiones políticas. En noviembre de 308 d.C., Diocleciano salió de su retiro para presidir una cumbre imperial en la ciudad danubiana de Carnuntum. El objetivo era restaurar el orden en la Tetrarquía. A la conferencia asistieron Diocleciano, Galerio y Maximiano. Las decisiones fueron drásticas: Maximiano fue obligado a abdicar por segunda vez. Licinio, un oficial de confianza de Galerio, fue nombrado nuevo Augusto de Occidente (en sustitución del fallecido Severo), marginando por completo las aspiraciones de Constantino. Y lo más importante para nuestro protagonista: Majencio fue declarado hostis publicus, un enemigo público del Estado romano. A pesar de su control efectivo sobre Italia y África, su régimen fue declarado ilegal. La guerra total era ahora inevitable.
El Dominus de Italia y África: Años de Gobierno
Declarado enemigo oficial pero firmemente asentado en su territorio, Majencio gobernó Italia y las provincias africanas durante los siguientes cuatro años. Este período, a menudo ignorado o desestimado por las fuentes pro-constantinianas, revela a un gobernante eficaz y con una clara visión política. Su programa se basó en tres pilares: la exaltación de Roma, una pragmática política religiosa y la afirmación de su legitimidad a través de un ambicioso programa de construcción.
Administración y Relación con el Senado: Majencio entendió que su poder emanaba de Roma. A diferencia de los otros tetrarcas, que veían a la ciudad como una reliquia, él la convirtió en el centro de su gobierno. Restauró el prestigio del Senado, consultándolo en asuntos de Estado y nombrando a sus miembros para importantes puestos administrativos. Acuñó monedas con la leyenda conservator urbis suae ("conservador de su ciudad"), presentándose como el protector de las tradiciones y la grandeza romanas. Esta política le granjeó la lealtad de la aristocracia senatorial, que veía en él una restauración del antiguo orden frente a los emperadores provinciales y militarizados.
Política Religiosa: La propaganda de Constantino retrató a Majencio como un pagano supersticioso e incluso como un perseguidor de cristianos. La realidad histórica es mucho más compleja. De hecho, Majencio puso fin a la persecución anticristiana en sus dominios casi inmediatamente después de tomar el poder en 306 d.C. Restituyó a la Iglesia las propiedades que habían sido confiscadas durante la "Gran Persecución" de Diocleciano. Su política fue de tolerancia pragmática. Su intervención más notable fue en la disputa interna de la Iglesia de Roma entre el Papa Marcelo I y la facción más rigorista, que se negaba a readmitir a los lapsi (aquellos que habían renegado de su fe durante la persecución). El conflicto estaba causando disturbios públicos, y Majencio, actuando como garante del orden, exilió a los líderes de ambas facciones, incluido el Papa. No fue un acto de persecución religiosa, sino una medida policial para mantener la paz en su capital. Irónicamente, los cristianos en Roma gozaron de mayor libertad y seguridad bajo el "tirano" Majencio que en los territorios orientales gobernados por Galerio y Maximino Daya.
Un Legado en Piedra: Quizás el testimonio más duradero del reinado de Majencio es su extraordinario programa de construcción en Roma. En una época en que otros emperadores construían en sus nuevas capitales, él invirtió masivamente en la Ciudad Eterna, buscando rivalizar con la magnificencia de los grandes emperadores del pasado. Su obra más famosa es la colosal Basílica de Majencio y Constantino en el Foro Romano. Iniciada por él, sus enormes bóvedas de cañón y su vasto espacio interior representaron una revolución en la ingeniería romana y sirvieron de inspiración para los arquitectos renacentistas y posteriores.
En la Vía Apia, construyó un gran complejo que incluía un palacio, un circo para carreras de carros (el segundo más grande de Roma después del Circo Máximo) y un monumental mausoleo circular. Este mausoleo fue dedicado a su hijo Valerio Rómulo, fallecido prematuramente en 309 d.C. y deificado por su padre. Al divinizar a su hijo y construir un templo en su honor en el Foro (el Templo del Divino Rómulo), Majencio se conectaba con las más profundas tradiciones imperiales. Estas construcciones no eran meros actos de vanidad; eran una poderosa declaración política. Majencio estaba demostrando que Roma seguía siendo el caput mundi, el centro del Imperio, y que él era su legítimo soberano.
Su gobierno, sin embargo, no estuvo exento de desafíos. La más grave fue la rebelión de Domicio Alejandro, vicario de África, en 308 d.C. La pérdida de África, el granero de Roma, fue un golpe durísimo que provocó escasez de alimentos y disturbios en la capital. Majencio tardó en reaccionar, pero en 310 d.C. envió un ejército bajo el mando de su talentoso prefecto del pretorio, Rufio Volusiano, que aplastó la revuelta con eficacia y recuperó la vital provincia. La victoria fue celebrada con gran pompa en Roma, reforzando la imagen de Majencio como un líder capaz de defender los intereses de la ciudad.
El Choque de Titanes: La Guerra Inevitable contra Constantino
Mientras Majencio consolidaba su poder en Italia, la situación en el resto del Imperio se volvía cada vez más inestable. Tras la Conferencia de Carnuntum, el sistema tetráquico era una ficción con múltiples emperadores (Galerio, Licinio, Maximino Daya, Constantino y el "usurpador" Majencio) compitiendo por la supremacía. La muerte de Galerio por enfermedad en 311 d.C. eliminó a la figura central que, a duras penas, mantenía unida la estructura, y desató la carrera final por el poder absoluto.
Constantino, que gobernaba la Galia, Britania e Hispania, y Majencio, señor de Italia y África, eran cuñados (Constantino se había casado con Fausta, hermana de Majencio), pero su alianza había sido puramente táctica. Ambos se veían como rivales destinados a enfrentarse por el control de Occidente. La propaganda de ambos bandos se intensificó. Constantino acusó a Majencio de ser un tirano sanguinario y de haber asesinado a su padre Maximiano (quien, tras ser expulsado de Italia, se había refugiado con Constantino y había intentado traicionarlo, siendo forzado al suicidio en 310 d.C.). Majencio, por su parte, se presentó como el vengador de su padre y el defensor de la legitimidad romana frente a un bárbaro del norte.
En la primavera de 312 d.C., Constantino tomó la iniciativa. Cruzó los Alpes y penetró en el norte de Italia con un ejército de aproximadamente 40,000 hombres. Aunque era superado en número por las fuerzas totales de Majencio, su ejército era más experimentado y estaba compuesto por veteranas legiones de las fronteras del Rin. Majencio, por su parte, contaba con un ejército más grande, que incluía a la Guardia Pretoriana y a las tropas que habían derrotado a Severo y Galerio, pero estaba disperso por toda Italia.
El avance de Constantino fue fulgurante. En una serie de batallas campales, sus tropas demostraron su superioridad táctica. Conquistó Turín tras una brillante maniobra de su caballería y luego se enfrentó al grueso del ejército de Majencio, comandado por el prefecto Ruricio Pompeyano, en las cercanías de Verona. La batalla de Verona fue la más dura de la campaña. Constantino dirigió personalmente el asalto, y tras un combate encarnizado, logró la victoria y la muerte de Pompeyano. El camino hacia Roma estaba abierto.
Majencio se enfrentó a una decisión crítica. Podía repetir la exitosa estrategia que había utilizado contra Galerio: encerrarse tras las Murallas Aurelianas y esperar a que el ejército de Constantino se desgastara en un asedio infructuoso. Sus asesores y generales le recomendaron esta opción, la más segura y lógica desde un punto de vista militar. Sin embargo, por razones que aún hoy debaten los historiadores, Majencio eligió el camino contrario. Quizás su orgullo le impedía parecer cobarde ante su pueblo, o tal vez confió excesivamente en la superioridad numérica de sus tropas. También es posible que los oráculos y augurios paganos, que según las fuentes consultó, le dieran una falsa sensación de seguridad. Sea como fuere, tomó la fatídica decisión de salir de Roma y presentar batalla a Constantino.


Rome-CircusofMaxentius. Este archivo fue subido originalmente por el usuario MM desde la Wikipedia italiana. Creative Commons Attribution-Share Alike 3.0 Unported.
La Batalla del Puente Milvio: El Crepúsculo de un Reinado
El 28 de octubre de 312 d.C., exactamente seis años después del día de su aclamación como emperador, Majencio condujo a su ejército fuera de Roma. Cruzó el río Tíber y desplegó sus fuerzas en la llanura de Saxa Rubra, con el río a sus espaldas, una posición tácticamente precaria que limitaba sus posibilidades de retirada. El único punto de escape era el Puente Milvio, un estrecho puente de piedra, y un puente de pontones que había construido a su lado.
El ejército de Constantino, aunque menor, avanzó con una moral por las nubes. Es en este momento cuando la historia se entrelaza con la leyenda. Según los cronistas cristianos Lactancio y Eusebio de Cesarea, en la víspera de la batalla, Constantino tuvo una visión. Eusebio habla de una cruz de luz en el cielo sobre el sol con la inscripción "Ἐν Τούτῳ Νίκα" ("Con este signo, vencerás"). Lactancio relata un sueño en el que se le ordenaba marcar los escudos de sus soldados con el Crismón, el monograma de Cristo (☧). Si bien la naturaleza exacta y el impacto de esta experiencia son objeto de un intenso debate académico, su efecto propagandístico fue inmenso. El ejército de Constantino luchaba ahora no solo por un emperador, sino por un dios que les había prometido la victoria.
La batalla comenzó. La caballería de Constantino, superior en calidad y liderazgo, cargó contra la caballería de Majencio en los flancos y la puso en fuga. Una vez desprotegidos los costados, la infantería veterana de Constantino se estrelló contra el centro de la línea de Majencio. A pesar de su valentía, las tropas itálicas y la Guardia Pretoriana, menos fogueadas en grandes batallas campales, comenzaron a ceder bajo la presión implacable.
El pánico se apoderó del ejército de Majencio. La línea se rompió y sus hombres emprendieron una caótica huida hacia la seguridad de los puentes. El estrecho cuello de botella se convirtió en una trampa mortal. Miles de soldados fueron masacrados o se ahogaron en el Tíber intentando escapar. El puente de pontones, sobrecargado de fugitivos, colapsó. Majencio, atrapado en medio de la desbandada, fue empujado al río por la multitud. El peso de su armadura lo arrastró al fondo, donde pereció ahogado. Su reinado, que había comenzado con la aclamación del pueblo de Roma, terminaba de forma ignominiosa en las fangosas aguas de su río.
Al día siguiente, su cuerpo fue recuperado del Tíber. Su cabeza fue cortada, clavada en una pica y paseada por las calles de Roma como prueba irrefutable de la victoria de Constantino, antes de ser enviada a África para sofocar cualquier resto de resistencia. El Senado, que hasta el día anterior había apoyado a Majencio, aclamó a Constantino como el único Augusto de Occidente y le concedió el título de Maximus Augustus.
Legado y Memoria: La Construcción Póstuma de un Tirano
La victoria de Constantino no fue solo militar, sino también propagandística. Para legitimar su propio poder, ahora teñido de favor divino cristiano, era esencial desacreditar y demonizar al enemigo que había vencido. Se decretó una damnatio memoriae contra Majencio: su nombre fue borrado de las inscripciones públicas, sus estatuas fueron derribadas y sus leyes, anuladas. Constantino se apropió de sus proyectos de construcción, finalizando la gran basílica del Foro y dedicándosela a sí mismo, como si hubiera sido su idea original.
Los historiadores cristianos, que escribieron bajo el patrocinio de Constantino y sus sucesores, se encargaron de cimentar esta imagen negativa. Lactancio, en su obra Sobre las muertes de los perseguidores, y Eusebio, en su Historia Eclesiástica y Vida de Constantino, lo retrataron como el arquetipo del tirano pagano: cruel, déspota, lujurioso, que aterrorizaba a las matronas senatoriales, y un practicante de las artes mágicas más oscuras. Le atribuyeron todos los vicios posibles para que la victoria de Constantino no pareciera la de un usurpador afortunado, sino un acto de liberación divina, una cruzada del bien contra el mal.
Esta versión de la historia prevaleció durante siglos. Solo la arqueología y una relectura crítica de las fuentes en la historiografía moderna han permitido empezar a rehabilitar su figura. Hoy, Majencio es visto menos como el monstruo de la propaganda constantiniana y más como un producto de su tiempo: un emperador ambicioso y capaz que representaba un modelo alternativo para el futuro del Imperio. Su modelo era conservador, centrado en Roma y en sus tradiciones paganas, aunque tolerante en la práctica. Defendía un Imperio donde la antigua capital seguía siendo el corazón político y simbólico.
La victoria de Constantino en el Puente Milvio fue, por tanto, mucho más que una simple batalla. Fue un punto de inflexión. Marcó el fin de la Tetrarquía, la derrota del último emperador residente en Roma, y el inicio del camino que llevaría al poder a un solo hombre. Simbolizó el triunfo de un nuevo modelo de emperador, cuyo poder no descansaba en el Senado romano sino en su ejército y en el favor de un nuevo Dios. Con la muerte de Majencio, el centro de gravedad del Imperio se desplazó definitivamente hacia el norte y, poco después, hacia el este, a la "Nueva Roma" que Constantino construiría en Bizancio: Constantinopla. La era del Imperio Romano gobernado desde Roma había, en esencia, llegado a su fin. Majencio fue su último y trágico campeón.
Libros Recomendados en Español
Para aquellos interesados en profundizar en la figura de Majencio y el complejo período de la Tetrarquía, se recomiendan las siguientes obras disponibles en español:
"Constantino, ¿el primer emperador cristiano? Religión y política en el siglo IV" por Juan Manuel Contreras.
Aunque centrado en Constantino, este libro ofrece un análisis detallado del contexto político y religioso de la época, dedicando pasajes importantes a la figura de Majencio como su principal rival en Occidente. Proporciona una excelente visión de la guerra propagandística entre ambos.
"La caída del Imperio Romano" por Adrian Goldsworthy.
Un trabajo monumental que abarca un período más amplio, pero su análisis sobre la crisis del siglo III y las reformas de Diocleciano es fundamental para entender el surgimiento y la caída del sistema tetráquico. Goldsworthy sitúa el reinado de Majencio en su contexto estratégico y militar.
"Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano" por Edward Gibbon.
Aunque es un clásico del siglo XVIII y algunas de sus interpretaciones han sido superadas, la narración de Gibbon sobre el ascenso de Constantino y su enfrentamiento con Majencio sigue siendo una lectura apasionante y de gran calidad literaria. Es una obra fundamental para comprender la historiografía tradicional sobre este período.
"Diocleciano y la Tetrarquía" por Stephen Williams.
Este libro es uno de los estudios más completos sobre el sistema que Majencio intentó primero subvertir y luego integrar. Explica con gran claridad las tensiones inherentes a la Tetrarquía que condujeron a las guerras civiles en las que Majencio fue un protagonista clave.


Emperor Maxentius. Plaster cast in Pushkin Museum after original in Dresden. Creative Commons Attribution 3.0 Unported license.
D/ profilo laureato a destra di Massenzio. R/ i Dioscuri in piedi, con clamide e pileo sormontato da una stella. Reggono una lancia in una mano e nell’altra le redini dei loro cavalli, sullo sfondo, con una zampa sollevata. Criscombat. Creative Commons CC0 1.0 Universal Public Domain Dedication.