Constancio II: El Emperador Inexorable y la Púrpura Ensangrentada
Flavio Julio Constancio, conocido como Constancio II, gobernó el Imperio Romano durante un turbulento periodo de veinticuatro años, desde el 337 hasta el 361 d.C. Como segundo hijo de Constantino el Grande, su ascenso al poder estuvo manchado por la sangrienta purga de su propia familia, un acto brutal para asegurar el trono junto a sus hermanos. Su reinado fue una incesante lucha por la supervivencia y la unificación del imperio, enfrentándose a devastadoras guerras civiles contra usurpadores como Magnencio y defendiendo tenazmente la frontera oriental del persistente acoso del Imperio Sasánida. Figura controvertida y compleja, Constancio fue un administrador laborioso pero también un emperador paranoico y cruel. Su legado está indisolublemente ligado a su intervención en las disputas teológicas del cristianismo, promoviendo activamente el arrianismo y persiguiendo a los defensores de la ortodoxia de Nicea. Su figura, a menudo ensombrecida por su padre y su sucesor Juliano, es clave para comprender la consolidación del absolutismo y la profunda transformación religiosa del siglo IV.
EMPERADORES


Flavius Julius Constantius, conocido en los anales de la historia como Constancio II, emerge de las turbulentas aguas del siglo IV como una figura de inmensa complejidad y controvertida autoridad. Segundo hijo del gran Constantino, su reinado de veinticuatro años, desde el 337 hasta el 361 d.C., estuvo marcado por una incesante lucha por la consolidación del poder, sangrientas guerras civiles, una defensa tenaz de las fronteras orientales y, de manera crucial, una profunda implicación en las disputas teológicas que definieron el cristianismo primitivo. Su figura, a menudo eclipsada por la de su monumental padre y la de su carismático sucesor, Juliano, merece un análisis pormenorizado para comprender la evolución del Imperio Romano en una era de profunda transformación. Fue un emperador nacido a la sombra de la púrpura, cuya vida fue un perpetuo ejercicio de afirmación de su legitimidad, a menudo a través de la violencia y una voluntad de hierro.
De César a Augusto: Un Ascenso Manchado de Sangre
Nacido en el año 317 d.C. en Sirmium (actual Sremska Mitrovica, Serbia), Constancio fue el tercer hijo de Constantino I y el segundo de su esposa Fausta. Desde joven, fue preparado para el gobierno. El 8 de noviembre de 324, con tan solo siete años, fue elevado por su padre al rango de César, un título que lo designaba como uno de los herederos del vasto imperio. Su juventud transcurrió en un ambiente de privilegio y poder, pero también de intrigas palaciegas y de la creciente influencia del cristianismo en la corte imperial. Constantino, previendo una sucesión colegiada, había dividido la administración del imperio entre sus tres hijos y dos de sus sobrinos, Dalmacio y Anibaliano. A Constancio se le asignaron las ricas y estratégicamente vitales provincias orientales, una decisión que marcaría indeleblemente su carrera política y militar.
La muerte de Constantino en mayo de 337 desató una crisis sucesoria de una brutalidad inusitada. Aunque el plan del difunto emperador parecía claro, la lealtad del ejército y de la burocracia se centró exclusivamente en los hijos del gran monarca. Lo que siguió fue una purga sistemática y despiadada de la familia imperial. En un calculado acto de consolidación del poder, orquestado con la anuencia o, como mínimo, la pasividad de los tres hermanos, fueron asesinados dos de los tíos de Constancio (Julio Constancio y Flavio Dalmacio) y siete de sus primos, incluidos los césares Dalmacio y Anibaliano. Esta masacre eliminó a cualquier posible competidor dinástico y dejó el camino libre para que Constancio y sus hermanos, Constantino II y Constante, se proclamaran Augustos el 9 de septiembre de 337, repartiéndose formalmente el Imperio Romano.
A Constancio le correspondió la porción oriental, incluyendo Tracia, las provincias asiáticas y Egipto. Esta herencia no era una sinecura; conllevaba la responsabilidad de defender la frontera más vulnerable del imperio frente a su enemigo más formidable: el Imperio Sasánida, gobernado por el enérgico Sapor II. El reparto inicial del poder entre los hermanos fue inherentemente inestable. Constantino II, el primogénito, consideraba que su porción de las Galias, Hispania y Britania era insuficiente y pronto entró en conflicto con el hermano menor, Constante, quien gobernaba Italia, África e Iliria. En el año 340, Constantino II invadió Italia y fue derrotado y asesinado cerca de Aquilea. Constante se anexionó sus territorios, convirtiéndose en el soberano de todo Occidente.
La relación entre Constancio y Constante fue a menudo tensa, marcada por profundas diferencias religiosas. Mientras Constancio se inclinaba cada vez más hacia el arrianismo, Constante se erigió como un ferviente defensor de la ortodoxia de Nicea. Esta división teológica amenazó con desembocar en una guerra abierta entre los dos hermanos, un presagio de los conflictos religiosos que Constancio manejaría durante todo su reinado. Sin embargo, la amenaza de un cisma imperial se disipó abruptamente en el año 350. Un oficial de alto rango llamado Magnencio se rebeló en la Galia, y Constante, falto de apoyos, fue asesinado mientras intentaba huir. La usurpación de Magnencio en Occidente y la simultánea aclamación de Vetranión, un veterano general, como emperador en Iliria, sumieron al imperio en una nueva y devastadora guerra civil, obligando a Constancio a desviar su atención de la frontera persa para reafirmar su derecho como único heredero legítimo de Constantino.
El Emperador Teólogo: Arrianismo y Persecución
El reinado de Constancio II es inseparable de las controversias cristológicas que dividieron a la Iglesia en el siglo IV. A diferencia de su padre, que buscó la unidad de la Iglesia por encima de las disputas doctrinales, Constancio se implicó directamente en el debate teológico, convirtiéndose en el principal valedor imperial de una forma de cristianismo que se oponía al Credo de Nicea: el arrianismo, o más precisamente, el semi-arrianismo.
La controversia arriana, que giraba en torno a la naturaleza de la relación entre Dios Padre y Dios Hijo, había sido teóricamente zanjada en el Concilio de Nicea en 325. El concilio, convocado por Constantino, había establecido el dogma de que el Hijo era homoousios (de la misma sustancia) que el Padre. Sin embargo, esta fórmula no satisfizo a una parte importante del episcopado oriental, que defendía posturas subordinacionistas, argumentando que el Hijo era de una sustancia similar (homoiousios) o diferente a la del Padre.
Constancio, influenciado por obispos arrianos de su corte como Eusebio de Nicomedia, vio en la fórmula de Nicea un obstáculo para la unidad religiosa y una fuente de discordia. Su política religiosa buscaba activamente una fórmula de compromiso que pudiera ser aceptada por la mayoría, aunque esto supusiera la revisión y el rechazo de la ortodoxia nicena. Para ello, no dudó en utilizar todo el poder del Estado. Convocó numerosos sínodos y concilios (en Antioquía, Sárdica, Sirmio, Arlés, Milán) con el objetivo de deponer a los obispos nicenos más prominentes e imponer credos que reflejaran su postura semi-arriana.
La figura más emblemática de la resistencia a la política religiosa de Constancio fue Atanasio, el tenaz obispo de Alejandría. Defensor a ultranza de la fe de Nicea, Atanasio se convirtió en el principal adversario del emperador. Constancio lo consideraba un obstáculo para la paz religiosa y un agitador político. A lo largo de su reinado, logró exiliar a Atanasio en varias ocasiones, utilizando para ello concilios afines y la fuerza militar. El conflicto entre el emperador y el obispo de Alejandría fue una lucha de titanes que demostró hasta qué punto el poder imperial se había entrelazado con la doctrina eclesiástica. Incluso el Papa Liberio, obispo de Roma, fue presionado y exiliado por negarse a condenar a Atanasio en el Concilio de Milán (355), un claro ejemplo de la determinación de Constancio por imponer su voluntad sobre toda la Iglesia.
Paralelamente a su promoción del arrianismo, Constancio intensificó las políticas antipaganas iniciadas por su padre. Si bien Constantino había adoptado una postura de tolerancia pragmática hacia el paganismo, aunque favoreciendo claramente al cristianismo, las leyes de Constancio fueron mucho más represivas. En 341, una ley prohibió los sacrificios paganos. Legislación posterior, especialmente a partir de la década de 350, cuando se convirtió en único gobernante, endureció estas medidas. Se ordenó el cierre de templos en algunas provincias y se llegó a establecer la pena capital para quienes realizaran sacrificios o adoraran ídolos. Aunque la aplicación de estas leyes fue a menudo desigual y dependía del celo de los funcionarios locales, marcaron un punto de inflexión en la transición de Roma hacia un estado cristiano y el declive irreversible de las religiones tradicionales. Del mismo modo, su gobierno también vio persecuciones contra otros grupos cristianos considerados heréticos, como los donatistas en el norte de África.
El Guardián del Imperio: Guerras Civiles y Defensa de las Fronteras
La carrera de Constancio II fue la de un emperador-soldado, constantemente en campaña para defender la integridad territorial del imperio frente a amenazas tanto internas como externas. Su reinado puede dividirse en tres grandes frentes militares: la persistente guerra en Oriente contra los persas, la supresión de usurpadores en Occidente y la contención de las tribus bárbaras en las fronteras del Rin y el Danubio.
La Interminable Guerra Persa
Desde su ascenso al trono, Constancio heredó la tarea de contener al ambicioso rey sasánida Sapor II. Durante más de una década (337-350), la frontera oriental fue escenario de una guerra de desgaste, caracterizada por incursiones, asedios y batallas campales de resultado incierto. El principal baluarte romano en Mesopotamia, la fortaleza de Nísibis, fue asediada por los persas en tres ocasiones, resistiendo heroicamente en todas ellas. La batalla más significativa de este primer período fue la Batalla de Singara (344), un enfrentamiento nocturno y sangriento en el que los romanos lograron una victoria pírrica. Aunque consiguieron repeler la invasión persa, las pérdidas fueron tan elevadas que no pudieron explotar su éxito. Esta guerra, aunque no concluyente, fue fundamental para curtir a Constancio como estratega y demostró su tenacidad, logrando mantener la frontera oriental intacta a pesar de la presión constante.
La guerra con Persia se reanudó con virulencia en la última etapa de su reinado. A partir del 359, Sapor II, libre de conflictos en sus fronteras orientales, lanzó una gran ofensiva. Tomó importantes fortalezas romanas como Amida tras un brutal asedio de 73 días, un duro golpe para el prestigio y la defensa romana. Constancio se vio obligado a regresar a Oriente para dirigir personalmente la contraofensiva, pero la campaña se vio interrumpida por los acontecimientos que se desarrollaban en Occidente.
La Aniquilación de los Usurpadores
La usurpación de Magnencio en 350 supuso la amenaza interna más grave para el gobierno de Constancio. Tras el asesinato de Constante, Magnencio, un comandante de origen germánico, se hizo con el control de la Galia, Britania, Hispania e Italia. Al mismo tiempo, el anciano general Vetranión era aclamado emperador por las legiones del Danubio. Constancio actuó con una mezcla de astucia diplomática y determinación militar. Primero se dirigió a Iliria, donde, en una memorable escena en Naissus, logró que Vetranión abdicara sin derramamiento de sangre, simplemente apelando a la lealtad de las tropas a la dinastía constantiniana.
Una vez asegurada la retaguardia, se preparó para el enfrentamiento decisivo contra Magnencio. La guerra civil culminó en dos de las batallas más sangrientas de la historia romana. El 28 de septiembre de 351, los ejércitos de Constancio y Magnencio se enfrentaron en la Batalla de Mursa Major, en Panonia (actual Croacia). Fue una carnicería en la que perecieron decenas de miles de los mejores soldados del imperio. Las fuentes hablan de 30.000 bajas en el ejército de Constancio y 24.000 en el de Magnencio. A pesar de las pérdidas catastróficas, la victoria fue para Constancio. La batalla diezmó las legiones romanas de tal manera que debilitó significativamente la capacidad militar del imperio para las décadas venideras. Tras una segunda derrota en la Batalla de Mons Seleucus en la Galia en 353, Magnencio, acorralado, se suicidó. Constancio II se convertía así en el único e indiscutible señor del Imperio Romano.
Administración y la Gestión del Poder Absoluto
Como único soberano, Constancio continuó y consolidó muchas de las reformas administrativas y militares iniciadas por su padre. Su gobierno se caracterizó por un absolutismo creciente, una burocracia centralizada y una corte imperial itinerante que se movía según las necesidades militares. Aunque a menudo se le describe como un emperador suspicaz y fácilmente influenciable por los eunucos y funcionarios de su corte (una crítica recurrente en la obra del historiador Amiano Marcelino), también fue un administrador competente y laborioso.
Continuó la política de separar el poder civil del militar, reforzando la figura de los prefectos del pretorio como administradores regionales y la de los magistri militum como comandantes supremos del ejército. La moneda se mantuvo relativamente estable durante su reinado, y promulgó numerosas leyes, recogidas posteriormente en el Código Teodosiano, que abarcaban desde la regulación de la burocracia hasta la moralidad pública y la política religiosa.
Una de las debilidades de su gobierno fue su incapacidad para encontrar subordinados leales y competentes para compartir la carga del imperio. Su profunda desconfianza, probablemente alimentada por la masacre familiar de 337 y las constantes usurpaciones, le llevó a tomar decisiones trágicas. En 351, para poder concentrarse en la guerra contra Magnencio, nombró a su primo Constancio Galo como César en Oriente. Galo resultó ser un gobernante brutal e incompetente, cuya tiranía en Antioquía provocó numerosas quejas. En 354, Constancio lo convocó a Occidente y, tras un juicio sumarísimo, lo hizo ejecutar.
Este fracaso lo hizo dudar a la hora de nombrar un nuevo César. Sin embargo, la creciente presión en la frontera de la Galia por parte de las tribus germánicas (francos y alamanes) lo obligó a buscar un representante en Occidente. En 355, recayó en el último pariente varón que le quedaba: Flavio Claudio Juliano, el medio hermano de Galo. Constancio lo nombró César, le dio en matrimonio a su hermana Helena y le encomendó la defensa de la Galia. A diferencia de su hermano, Juliano demostró ser un líder militar brillante, logrando importantes victorias, como la de la Batalla de Argentoratum (Estrasburgo) en 357.


A bust of the Roman Emperor Constantius II from Syria.Mary Harrsch. Creative Commons Attribution-Share Alike 2.0 Generic license.
El Ocaso del Emperador: La Rebelión de Juliano y la Muerte
El éxito de Juliano en la Galia, lejos de satisfacer a Constancio, acabó por sembrar las semillas de la desconfianza y la rivalidad. El emperador, receloso de la creciente popularidad de su César, decidió en 360 debilitar su posición ordenándole que enviara a una parte considerable de sus mejores tropas a Oriente para la campaña persa. Esta decisión fue el detonante de la rebelión. Las legiones galas, reacias a abandonar a su aclamado general y a sus familias para luchar en una frontera lejana, se amotinaron en Lutecia (París) y proclamaron a Juliano como Augusto.
Se iniciaba así el camino hacia una nueva guerra civil. Juliano, tras asegurar el Rin, marchó hacia el este para enfrentarse a Constancio. Este, a su vez, interrumpió su campaña contra los persas y se dirigió al oeste para sofocar la que consideraba la enésima traición. El enfrentamiento final entre los dos últimos descendientes de la casa de Constantino parecía inevitable.
Sin embargo, el destino intervino. Mientras se encontraba en Mopsucrene, Cilicia, de camino para enfrentarse a Juliano, Constancio II cayó gravemente enfermo. Aquejado de una fiebre violenta, su estado se deterioró rápidamente. Sintiendo el final, y en un último acto para evitar el caos de otra guerra intestina, nombró a Juliano como su legítimo sucesor. El 3 de noviembre de 361, Flavius Julius Constantius falleció a la edad de cuarenta y cuatro años. Su muerte evitó una nueva catástrofe para el imperio y permitió un traspaso de poder pacífico a su antiguo César y ahora rival.
El legado de Constancio II es ambiguo. Fue un trabajador infatigable, un emperador serio y devoto que dedicó su vida a la ardua tarea de gobernar y defender un imperio acosado por múltiples frentes. Logró mantener la unidad del estado frente a formidables amenazas internas y externas. Sin embargo, su reinado también estuvo definido por la crueldad, la paranoia y una intolerancia religiosa que exacerbó las divisiones dentro de la Iglesia y aceleró la persecución del paganismo. Amiano Marcelino, la principal fuente para su reinado, lo retrata como una figura sombría, un soberano prisionero de su propia corte, de sus sospechas y de una religiosidad dogmática. Aunque sentó las bases de la administración y la defensa del bajo imperio, su memoria quedó atrapada entre la de su padre, el fundador de una nueva era, y la de su sucesor, el brillante y trágico apóstata.
Libros Recomendados en Español
Para aquellos interesados en profundizar en el complejo período de Constancio II y la dinastía Constantiniana, se recomiendan las siguientes lecturas:
"La Roma de Constantino" de Néstor F. Marqués y Pablo Aparicio: Aunque centrado en su padre, este libro ofrece una reconstrucción visual y un contexto histórico excepcionales sobre la época que vio nacer y crecer a Constancio, explicando las transformaciones políticas, religiosas y monumentales que definieron su mundo.
"Amiano Marcelino: Historias" (disponible en varias ediciones, por ejemplo, en la editorial Gredos): La obra de Amiano es la fuente principal y más detallada para el reinado de Constancio II. Aunque a menudo crítico con el emperador, su relato es vibrante, lleno de detalles y esencial para comprender la política, las guerras y la vida cortesana de la época.
"El sueño de Constantino: El fin del mundo pagano y el nacimiento de la cristiandad" de Paul Veyne: Un ensayo magistral que analiza la revolución religiosa iniciada por Constantino y continuada por sus hijos. Ayuda a comprender el contexto de las políticas religiosas de Constancio y la profunda transformación cultural del Imperio Romano.
"Juliano, el Apóstata" de Gore Vidal: Aunque es una novela histórica, esta obra ofrece un retrato fascinante y literariamente brillante de la corte de Constancio II a través de los ojos de su sucesor. Es una excelente manera de sumergirse en las intrigas y la atmósfera de la época.



Statua di Costanzo II, figlio di it:Costantino I, conservata nella it:basilica di San Giovanni in Laterano. Constantius II.Creative Commons Attribution 2.0 Generic license.




