Licinio: El Emperador Que Se Atrevió a Desafiar a Constantino

Flavio Galerio Valerio Liciniano Licinio, emperador romano desde 308 hasta 324 d.C., es una figura crucial en la transición del Imperio. De origen humilde en Dacia, su brillante carrera militar lo catapultó a la púrpura imperial en la convulsa era de la Tetrarquía. Inicialmente aliado de Constantino el Grande, con quien promulgó el trascendental Edicto de Milán que garantizaba la libertad religiosa, su ambición lo llevó a una inevitable rivalidad. Esta lucha por el poder absoluto culminó en su derrota en la batalla de Crisópolis, sellando su destino y allanando el camino para el dominio único de Constantino.

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9/15/20258 min read

camafeo de Licinio
camafeo de Licinio

En los anales de la historia romana, pocos periodos son tan complejos y tumultuosos como la transición del siglo III al IV. Fue una era de profundas transformaciones, de guerras civiles incesantes y de un cambio religioso que redefiniría el curso de la civilización occidental. En medio de este torbellino de acontecimientos, emergió una figura que, aunque a menudo eclipsada por el brillo de su más famoso contemporáneo, Constantino el Grande, desempeñó un papel crucial en la configuración del destino del Imperio: Valerio Liciniano Licinio. Su vida es la crónica de un ascenso improbable, de una ambición desmedida y de una caída trágica; una historia que merece ser contada con todo el detalle que la magnitud de su figura exige.

De Orígenes Humildes a la Púrpura Imperial

La historia de Licinio no comienza en los opulentos palacios de Roma, sino en los campos de la Moesia Superior, en el seno de una familia de campesinos de origen dacio. Nacido alrededor del año 263 d.C., su juventud transcurrió en un ambiente rural, lejos de las intrigas y el poder que un día ostentaría. Sin embargo, el destino le tenía reservado un camino muy diferente al de sus antepasados. Como tantos otros jóvenes de su época, Licinio encontró en el ejército la vía para escapar de una vida de anonimato y labrarse un futuro.

Su carrera militar comenzó de forma modesta, pero su tenacidad, su astucia y su capacidad para el mando no pasaron desapercibidas. Pronto, se ganó la confianza de uno de los hombres más poderosos del momento: Galerio, quien llegaría a ser emperador. La amistad entre ambos se forjó en el fragor de las batallas, especialmente durante la campaña persa de 297, donde Licinio demostró su valía como estratega y líder. Esta relación de camaradería sería el trampolín que lo catapultaría a las más altas esferas del poder.

El Imperio Romano de finales del siglo III era un gigante con pies de barro. Para tratar de gestionar su vastedad y sus múltiples amenazas, el emperador Diocleciano había instaurado un sistema de gobierno conocido como la Tetrarquía, en el que el poder se dividía entre dos Augustos (emperadores principales) y dos Césares (emperadores subalternos). Sin embargo, este complejo entramado de poder no tardaría en resquebrajarse. A la muerte del emperador Constancio Cloro en 306, el sistema comenzó a desmoronarse, dando paso a una serie de guerras civiles que sumirían al Imperio en el caos.

Fue en este contexto de inestabilidad que la estrella de Licinio comenzó a brillar con luz propia. En el año 308, en la histórica Conferencia de Carnuntum, Galerio, en un intento por restaurar el orden, tomó una decisión que cambiaría para siempre la vida de su amigo: elevó a Licinio a la dignidad de Augusto, encomendándole el gobierno de las provincias de Panonia. Esta designación, sin embargo, no estuvo exenta de controversia. Constantino, el hijo de Constancio Cloro, y Majencio, el hijo del antiguo emperador Maximiano, también reclamaban su parte del poder, lo que auguraba un futuro de enfrentamientos inevitables.

La Alianza con Constantino y el Edicto de Milán

Ante la creciente amenaza que representaban sus rivales, Licinio y Constantino comprendieron que, por el momento, sus intereses convergían. Ambos eran hombres ambiciosos, dispuestos a todo por alcanzar el poder absoluto, pero sabían que solo uniendo sus fuerzas podrían hacer frente a sus enemigos comunes. Así, forjaron una alianza estratégica que se sellaría en el año 313 con el matrimonio de Licinio y Flavia Julia Constancia, la hermanastra de Constantino.

Este pacto no solo tuvo una dimensión política y militar, sino también una profunda trascendencia religiosa. En un encuentro en Milán ese mismo año, ambos Augustos promulgaron el famoso Edicto de Milán, un decreto que ponía fin a las persecuciones contra los cristianos y garantizaba la libertad de culto en todo el Imperio. Si bien es cierto que Galerio ya había promulgado un edicto de tolerancia en 311, el Edicto de Milán fue un paso más allá, al ordenar la restitución de todos los bienes confiscados a las comunidades cristianas durante la Gran Persecución de Diocleciano.

La promulgación de este edicto ha sido objeto de intenso debate entre los historiadores. Mientras que algunos lo interpretan como un acto de sincera conversión por parte de Constantino, otros lo ven como una medida de pragmatismo político, destinada a ganarse el favor de una comunidad cada vez más numerosa e influyente. En el caso de Licinio, su actitud parece haber sido más la de un político calculador que la de un devoto creyente. A lo largo de su reinado, su política religiosa oscilaría entre la tolerancia y la persecución, en función de sus intereses del momento.

Dueño del Oriente y la Rivalidad Creciente

Con la alianza con Constantino asegurada, Licinio se dispuso a consolidar su poder en la parte oriental del Imperio. Su principal rival en esta región era Maximino Daya, un pagano convencido que había reanudado con ferocidad las persecuciones contra los cristianos. El enfrentamiento entre ambos era inevitable. En la primavera de 313, sus ejércitos se encontraron en la batalla de Tzirallum. A pesar de contar con un ejército superior en número, Maximino Daya fue derrotado de forma aplastante. La victoria de Licinio fue total. Poco después, Maximino moría en Tarso, dejando a Licinio como único señor de Oriente.

Durante un tiempo, la paz pareció reinar en el Imperio. Constantino gobernaba en Occidente y Licinio en Oriente. Sin embargo, la armonía entre dos hombres de personalidades tan fuertes y ambiciones tan desmedidas no podía durar. Las tensiones no tardaron en aflorar. En 316, estalló la primera guerra civil entre ambos. La causa del conflicto no está del todo clara, pero parece que las disputas por el nombramiento de nuevos Césares y el control de ciertos territorios fueron los detonantes.

La guerra se saldó con dos importantes batallas: la de Cibalae y la de Mardia. Aunque Constantino obtuvo la victoria en ambas, no logró una derrota definitiva de Licinio. La paz que se firmó en 317 fue, en realidad, una tregua inestable. Licinio tuvo que ceder a Constantino la mayor parte de sus territorios europeos, a excepción de Tracia. Ambos nombraron a sus hijos como Césares, en un intento por asegurar una sucesión pacífica, pero la desconfianza mutua seguía latente.

“Trionfo di Licinio”, cammeo del 308 d.C. Creative Commons Attribution-Share Alike 4.0 International license.

aureo de Licinio
aureo de Licinio

Un Áureo de oro del emperador Licinio. Creative Commons Attribution-Share Alike 3.0 Unported.

La Persecución de los Cristianos y la Guerra Inevitable

En los años siguientes, las diferencias entre ambos Augustos se acentuaron. Mientras que Constantino se mostraba cada vez más favorable al cristianismo, Licinio, en un intento por afianzar su poder y diferenciarse de su rival, comenzó a adoptar una política cada vez más hostil hacia los cristianos en sus dominios. Prohibió los sínodos de obispos, expulsó a los cristianos de su palacio y de la administración pública, y finalmente, reanudó las persecuciones, aunque de forma menos sistemática que sus predecesores.

Esta política no solo le granjeó la enemistad de la creciente población cristiana de Oriente, sino que también proporcionó a Constantino el pretexto perfecto para iniciar una nueva guerra. Presentándose como el defensor de los cristianos perseguidos, Constantino reunió un formidable ejército y se dispuso a acabar de una vez por todas con su rival.

La guerra estalló en 324. Constantino, al frente de sus legiones, invadió los territorios de Licinio. El primer gran enfrentamiento tuvo lugar en Adrianópolis, en Tracia. La batalla fue de una ferocidad inusitada. Durante horas, las legiones de ambos Augustos lucharon con denuedo. Finalmente, la superioridad táctica de Constantino se impuso. El ejército de Licinio fue diezmado.

A pesar de esta derrota, Licinio no se dio por vencido. Se refugió en Bizancio, una ciudad estratégicamente situada y difícil de conquistar. Sin embargo, la flota de Constantino, comandada por su hijo Crispo, logró forzar el paso del Helesponto y destruir la armada de Licinio. Con el control del mar en manos de su enemigo, la posición de Licinio en Bizancio se volvió insostenible. Huyó a Calcedonia, en la costa asiática, donde reunió los restos de su ejército.

El enfrentamiento final tuvo lugar en la batalla de Crisópolis. Una vez más, la fortuna sonrió a Constantino. Sus tropas, enardecidas por la victoria y al grito de "¡Dios es nuestro rey!", arrollaron a las desmoralizadas fuerzas de Licinio. La derrota fue total y definitiva.

El Ocaso de un Emperador

Tras la batalla de Crisópolis, Licinio se rindió. Su esposa, Constancia, intercedió por él ante su hermano, quien le perdonó la vida a cambio de su abdicación. Licinio fue exiliado a Tesalónica, donde se le permitió vivir como un ciudadano privado. Sin embargo, su retiro duraría poco. Al año siguiente, en 325, Constantino, bajo el pretexto de que Licinio estaba conspirando para recuperar el poder, ordenó su ejecución. Su hijo, el joven Licinio II, también fue asesinado poco después.

Así, de forma trágica y violenta, llegaba a su fin la vida de uno de los emperadores más importantes de su tiempo. Con la muerte de Licinio, Constantino el Grande se convertía en el único y absoluto señor del Imperio Romano, unificando bajo su mando un territorio que no había tenido un solo gobernante desde los tiempos de Diocleciano.

Legado y Valoración Histórica

La figura de Licinio ha sido a menudo denostada por la historiografía cristiana, que lo presenta como un tirano cruel y un enemigo de la fe. Sin embargo, una valoración más objetiva de su reinado nos muestra a un gobernante complejo, con luces y sombras.

Licinio fue, sin duda, un hombre de su tiempo. Forjado en la dura vida militar, era un líder pragmático y, en ocasiones, despiadado. Su ambición no conocía límites y no dudó en recurrir a la violencia para alcanzar y mantener el poder. Sin embargo, también fue un administrador competente y un estratega capaz. Durante su reinado en Oriente, logró mantener la estabilidad en una región amenazada por las incursiones de los persas y otros pueblos bárbaros.

Su política religiosa, aunque contradictoria, no puede ser juzgada con los parámetros del siglo XXI. En un Imperio en plena transición religiosa, Licinio trató de mantener un equilibrio entre las antiguas tradiciones paganas y el creciente poder del cristianismo. Su fracaso en esta empresa y su enfrentamiento final con Constantino sellaron su destino.

La historia de Licinio es, en última instancia, una tragedia. La de un hombre que, habiendo alcanzado las más altas cotas de poder, lo perdió todo en su lucha contra un rival que supo interpretar mejor los vientos de cambio que soplaban en el Imperio. Su derrota marcó el fin de una era y el comienzo de una nueva, en la que el cristianismo se convertiría en la religión dominante y el Imperio Romano iniciaría su larga y lenta transformación hacia la Edad Media.

Aunque su nombre haya quedado a la sombra de Constantino, la vida de Licinio nos ofrece una fascinante ventana a uno de los periodos más convulsos y decisivos de la historia de Roma. Un recordatorio de que, en el gran teatro del poder, la fortuna puede cambiar en un instante y que incluso los más grandes emperadores pueden caer en el olvido.

Libros recomendados en español

Para aquellos que deseen profundizar en la figura de Licinio y el complejo periodo de la Tetrarquía, se recomiendan las siguientes obras en español:

  • "El sueño de Constantino: El fin del mundo pagano y el nacimiento de la cristiandad" de Paul Veyne. Una obra magistral que analiza en profundidad la conversión de Constantino y el contexto religioso de la época.

  • "Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano" de Edward Gibbon. Un clásico de la historiografía que, aunque escrito en el siglo XVIII, sigue siendo una referencia fundamental para el estudio de este periodo.

  • "Constantino, el primer emperador cristiano" de Adrian Goldsworthy. Una biografía rigurosa y amena de la figura que marcó el destino de Licinio.

busto de Licinio
busto de Licinio