Maximino Daya: El último gran perseguidor del cristianismo romano

Maximino Daya, también conocido como Daza, fue un emperador romano cuya ascensión al poder se caracterizó por su origen humilde y su meteórico ascenso militar. Nacido en Tracia, una región conocida por sus fieros guerreros, Máximo aprovechó su fuerza física y su astucia en el campo de batalla para escalar rangos dentro del ejército romano. Su determinación y lealtad le ganaron el favor de Galerio, quien lo nombró César y, posteriormente, Augusto en Oriente. Sin embargo, su reinado estuvo marcado por la inestabilidad política y las guerras civiles, lo que finalmente llevó a su caída. A pesar de su breve y turbulento mandato, Máximo Daya es recordado como un ejemplo de cómo las ambiciones y las habilidades militares podían abrir las puertas del poder en la antigua Roma, dejando una huella imborrable en la historia imperial.

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9/19/202513 min read

En el tumultuoso lienzo que fue la transición del siglo III al IV, el Imperio Romano se contorsionaba bajo el peso de sus propias contradicciones. Décadas de crisis, de emperadores-soldado elevados y asesinados con vertiginosa rapidez, habían dejado las fronteras vulnerables y el tesoro exhausto. En este escenario de desintegración inminente, un genio organizativo llamado Diocleciano impuso una solución radical: la Tetrarquía, un gobierno de cuatro césares y augustos para blindar el coloso. De las grietas de este sistema, y en medio de su violenta implosión, emergió una figura que encarnaba la brutalidad y la ambición de la época: Cayo Galerio Valerio Maximino, conocido para la posteridad como Maximino II Daya. Su reinado fue un espasmo de violencia, un torbellino de guerra civil y, por encima de todo, el último y más fanático intento del paganismo estatal por aniquilar la fe cristiana. No fue un simple tirano más; fue un reformador reaccionario, un hombre que intentó forjar una iglesia pagana para combatir al cristianismo en su propio terreno. Esta es la crónica del pastor ilirio que, aupado por el nepotismo, se ciñó la púrpura imperial y se erigió como el más implacable enemigo de la Iglesia antes de su victoria definitiva.

Orígenes Ilirios: La Forja de un Soldado

La cuna de Maximino Daya, alrededor del año 270 d.C., se encontraba en la Dacia Aureliana, una provincia creada al sur del Danubio tras el abandono de la Dacia histórica. Esta región, junto con Ilírico y Panonia, se había convertido en el vivero del ejército romano, la "caserna del Imperio". Producía hombres duros, acostumbrados a la vida frugal y a la violencia fronteriza, cuya lealtad no residía en el Senado de una Roma lejana, sino en sus estandartes y en el general que les prometiera gloria y botín. Daza, su nombre original, nació en este ambiente, en el seno de una familia campesina de lengua latina y nula influencia. Su juventud, probablemente dedicada al pastoreo, estuvo desprovista de la educación en retórica y filosofía que moldeaba a las élites romanas. Su escuela fue el campamento militar.

Esta formación exclusivamente castrense definió su carácter. Las fuentes cristianas, como Lactancio y Eusebio, lo pintan con trazos gruesos: "semibárbaro", inculto, supersticioso, esclavo de sus pasiones y de una crueldad innata. Si bien esta descripción es una caricatura dictada por el odio, captura una verdad subyacente: Daya era un hombre de acción directa, no de sutilezas diplomáticas. Su visión del mundo era simple, binaria, forjada en la disciplina marcial: existía la lealtad y la traición, el poder y la debilidad, el orden romano tradicional y las fuerzas que buscaban subvertirlo.

Su ascenso meteórico no se explica sin la figura de su tío materno, Galerio. Este, otro ilirio de origen humilde, había escalado todos los peldaños del cursus honorum militar hasta que Diocleciano lo eligió como su César en Oriente en 293 d.C. Galerio se convirtió en el patrón de Daza. El joven se alistó y sirvió bajo su mando directo, distinguiéndose en las feroces campañas en la frontera del Danubio y, especialmente, en la guerra contra el Imperio Sasánida. Allí, en el crisol de la batalla, Daza aprendió no solo tácticas militares, sino también la logística del poder: cómo ganarse la lealtad de las tropas y cómo navegar las peligrosas intrigas de la corte imperial. Adoptó el nombre más imponente de Maximino y se integró en los protectores domestici, la guardia personal del emperador, un puesto de enorme confianza. Galerio vio en él a un ejecutor leal, un hombre de su misma estirpe y cosmovisión, y el instrumento perfecto para sus planes futuros.

El 1 de mayo de 305 d.C., la abdicación simultánea y planificada de Diocleciano y Maximiano puso en marcha el engranaje de la sucesión. Galerio y Constancio Cloro ascendieron a Augustos. La elección de los nuevos Césares era el momento crítico. Todos los ojos estaban puestos en Constantino, hijo de Constancio, y en Majencio, hijo de Maximiano. Eran los herederos naturales, populares y presentes en la corte. Sin embargo, Galerio, convertido en el Augusto senior y la figura dominante, los barrió a un lado con desdén. En una demostración de poder, impuso a sus propios hombres de confianza: para Occidente, eligió a Flavio Valerio Severo; para Oriente, a su sobrino, Maximino Daya.

La elección fue un shock. A Daya se le asignaron las ricas y estratégicas provincias de Siria y Egipto. El pastor ilirio era ahora uno de los cuatro amos del mundo. La decisión de Galerio, sin embargo, fue un error de cálculo fatal. Al humillar a Constantino y Majencio, sembró los vientos de la rebelión. La segunda Tetrarquía nacía herida de muerte, y Daya, su beneficiario, se encontraba en el centro de una tormenta que él mismo, con su ambición desmedida, no tardaría en alimentar.

La Púrpura de César y el Despertar de la Ambición

Como César de Oriente, con su capital probablemente en Antioquía, Maximino Daya se enfrentó a la monumental tarea de gobernar dos de las provincias más complejas del Imperio. Su falta de experiencia administrativa fue compensada por una aplicación rigurosa de las directrices heredadas. Siendo un militar, su prioridad fue la fortaleza de las legiones bajo su mando, asegurando las fronteras contra la amenaza persa y las incursiones de las tribus del desierto. En el plano fiscal, continuó la política de Diocleciano, basada en el censo (capitatio-iugatio), que, si bien eficiente, resultaba asfixiante. Las fuentes lo acusan de una avaricia insaciable, de inventar nuevas tasas y de utilizar a sus recaudadores para exprimir hasta la última moneda de las ciudades y los campesinos.

Pero fue en la arena religiosa donde Daya encontró su verdadera vocación como gobernante. La Gran Persecución, decretada por Diocleciano en 303, estaba en pleno apogeo. Influenciado por el paganismo fanático de su tío Galerio, Daya no se limitó a cumplir las órdenes; las abrazó con un fervor personal y sádico. En sus dominios, la persecución alcanzó cotas de crueldad inusitadas. El obispo e historiador Eusebio de Cesarea, en su obra Sobre los mártires de Palestina, ofrece un testimonio aterrador y detallado de los horrores infligidos: cristianos quemados a fuego lento, arrojados a bestias en el circo, decapitados en masa, o sometidos a la tortura específica de la damnatio ad metalla, que consistía en cegarles el ojo derecho con un hierro candente y seccionarles el tendón de la corva izquierda antes de enviarlos a una vida de miseria en las canteras de pórfido de Egipto.

Mientras tanto, la estabilidad de la Tetrarquía se hacía añicos. En 306, la muerte de Constancio en Britania provocó la aclamación de su hijo Constantino como Augusto por parte de las tropas. En Roma, Majencio, humillado, se autoproclamó emperador. Los intentos de Galerio por restaurar el orden fracasaron estrepitosamente. La guerra civil era ya una realidad. En la Conferencia de Carnuntum en 308, en un intento desesperado por salvar el sistema, Galerio elevó a su amigo Licinio directamente al rango de Augusto, ignorando una vez más a Daya, que seguía siendo César.

Esta decisión fue la afrenta definitiva para Maximino. Llevaba años como un leal y eficaz César, mientras que Licinio, un advenedizo en la jerarquía, le adelantaba. Su orgullo de soldado y su insaciable ambición se sintieron heridos de muerte. Si el sistema se rompía, él no iba a ser menos. Comenzó a presionar a Galerio, exigiéndole el título de Augusto. Galerio intentó calmarlo con un título intermedio, Filius Augustorum (Hijo de los Augustos), pero Daya lo consideró un insulto.

Finalmente, en 310, decidió forzar la situación. Aprovechando una parada militar, sus tropas, convenientemente instruidas, lo aclamaron Augusto. Era un acto de usurpación en toda regla, una daga en el corazón de la disciplina tetrárquica. Galerio, postrado por una enfermedad terminal y sin fuerzas para una nueva guerra, tuvo que claudicar. Reconoció a Daya y, por extensión, a Constantino, como Augustos. El sistema de Diocleciano había muerto oficialmente. El Imperio se encontraba ahora con un precario equilibrio de cuatro Augustos (Galerio, Licinio, Constantino y Daya) y el usurpador Majencio en Roma. Daya había logrado su objetivo, pero al precio de convertir el tablero político en un campo de batalla donde solo podía quedar un vencedor.

moneda maximino daya
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MAXIMINUS II. 309-313 AD.. CNG. Creative Commons Attribution-Share Alike 2.5 Generic license.

aureo de maximino daya
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Maximinus II. AD 310-313. AV Aureus (18mm, 5.30 g, 12h). CNG. Creative Commons Attribution-Share Alike 2.5 Generic license.

La Persecución Sistemática: Ideología y la "Iglesia Pagana"

La muerte de Galerio en 311 liberó a Maximino Daya de cualquier tutela. Como señor absoluto de Oriente, desde Asia Menor hasta Egipto, pudo finalmente desplegar su gran proyecto: no solo perseguir al cristianismo, sino erradicarlo mediante una estrategia que combinaba el terror con una sofisticada reestructuración del paganismo.

El punto de partida fue el Edicto de Tolerancia emitido por Galerio en su lecho de muerte. Este decreto, que ponía fin a la persecución, fue acatado en Occidente por Constantino y Licinio. Daya lo obedeció solo en apariencia y por un breve lapso. Tan pronto como su tío murió, reveló su verdadera intención. Su persecución se distinguió de las anteriores por su carácter metódico e ideológico.

1. Terror Organizado y "Demanda Popular": Reactivó los edictos con una eficiencia brutal. Pero añadió una capa de legitimidad ficticia. Orquestó una campaña por la cual las ciudades debían enviar "peticiones espontáneas" a su corte, suplicando la expulsión de los "ateos" cristianos. Delegaciones de Nicomedia, Antioquía y otras metrópolis llegaron a palacio para rogar al emperador que limpiara sus ciudades de la "superstición impía". Era una farsa política diseñada para presentar la persecución como una respuesta a la voluntad popular.

2. Guerra de Propaganda: Comprendió que la batalla se libraba también en el terreno de las ideas. Ordenó la publicación y difusión masiva de las "Actas de Pilato", un texto apócrifo y difamatorio que presentaba a un Jesús criminal y a sus seguidores como embaucadores. Decretó que este texto fuera enseñado obligatoriamente en todas las escuelas del Imperio, para que los niños "desde sus primeras lecciones, tuvieran grabados en la memoria estos relatos blasfemos".

3. La Creación de una Iglesia Pagana: Este fue su movimiento más innovador y revelador. Daya observó que la fortaleza del cristianismo residía en su estructura jerárquica (obispos, presbíteros, diáconos), su disciplina interna y su capacidad de organización. El paganismo, en cambio, era un conglomerado de cultos locales sin cohesión. Para contrarrestarlo, diseñó una "Iglesia Pagana" estatal. Creó un nuevo sacerdocio jerarquizado: en cada ciudad, nombró un sacerdote principal, y por encima de ellos, un sumo sacerdote para cada provincia, escogido de entre la más alta aristocracia. Estos nuevos jerarcas paganos vestían túnicas blancas, tenían la potestad de realizar sacrificios diarios a los grandes dioses (especialmente a Júpiter) y su misión principal era vigilar a la población, forzar la participación en los ritos y utilizar su autoridad para suprimir el cristianismo. En esencia, estaba replicando la estructura episcopal cristiana para revitalizar un paganismo moribundo y convertirlo en el brazo ideológico de su régimen.

Esta reforma demuestra que Daya no era un simple bruto. Contaba con el apoyo de intelectuales paganos como Hierocles, gobernador de Bitinia, que escribían tratados contra el cristianismo. Su proyecto era una contrarreforma pagana en toda regla, un intento desesperado y sorprendentemente moderno de dotar al viejo culto de una estructura y un proselitismo capaces de competir con la nueva fe.

Sin embargo, el proyecto fracasó estrepitosamente. La brutalidad de la persecución generó una legión de mártires cuyo heroísmo fortalecía la fe de sus comunidades. Y, sobre todo, el panorama político internacional había cambiado de forma irreversible. La victoria de Constantino en el Puente Milvio en 312 y su posterior alianza con Licinio, rubricada con el Edicto de Milán en 313, cambiaron las reglas del juego. Este edicto no solo proclamaba la libertad religiosa, sino que situaba al cristianismo bajo la protección imperial. Daya se encontró de repente aislado, como el campeón de una causa reaccionaria frente a dos emperadores que veían en la Iglesia un pilar para el futuro del Imperio. El conflicto ya no era solo por el poder; era una guerra santa.

La Batalla Final: Tzirallum, Derrota y Muerte

La alianza entre Constantino y Licinio, sellada en Milán a principios de 313, fue la sentencia de muerte política para Maximino Daya. Mientras su antiguo aliado, Majencio, había sido aniquilado en Occidente, él se encontraba solo frente a una pinza formidable. Con un instinto de depredador acorralado, decidió que su única posibilidad era un ataque relámpago.

Aprovechando que Licinio aún se encontraba en Italia celebrando su boda, Daya reunió un imponente ejército de cerca de 70.000 hombres. En pleno invierno de 312-313, una época en la que las campañas militares solían detenerse, lanzó a sus legiones a una marcha forzada a través de una Anatolia cubierta de nieve. Su audacia le dio una ventaja inicial. Cruzó el Bósforo, tomó por sorpresa la ciudad de Bizancio y avanzó hacia Heraclea Perinto.

Licinio, alertado, regresó a toda prisa desde Italia, reuniendo a las legiones del Danubio que pudo encontrar en el camino. Su ejército era muy inferior en número, con apenas 30.000 soldados. El choque decisivo tuvo lugar el 30 de abril de 313, en una llanura cercana a Adrianópolis conocida como Campus Serenus o Tzirallum.

La batalla ha sido envuelta en la leyenda por Lactancio. Según su relato, Licinio tuvo un sueño en el que un ángel le dictó una oración a un "Dios supremo y único", que sus soldados recitaron antes del combate. Más allá de la hagiografía, los factores militares fueron decisivos. Las legiones de Licinio, veteranas de las duras guerras del Danubio, eran más disciplinadas y estaban mejor comandadas que las tropas orientales de Daya, probablemente agotadas por la larga marcha invernal. A pesar de su superioridad numérica, el ejército de Daya se rompió y fue masacrado.

La derrota fue catastrófica. Daya, en un acto de cobardía impensable para un emperador-soldado, se despojó de su manto púrpura y huyó del campo disfrazado de esclavo. Su huida fue frenética, cubriendo cientos de kilómetros sin descanso hasta llegar a Nicomedia. Desde allí, continuó su retirada hacia los montes Tauro en Cilicia, intentando desesperadamente establecer una última línea de defensa. En su impotencia, descargó su furia contra los sacerdotes y oráculos paganos que le habían profetizado la victoria, ejecutando a muchos por fraude.

En Tarso, la ciudad natal de San Pablo, acorralado y sin esperanza, emitió un último decreto. En una voltereta política asombrosa, proclamó la plena tolerancia hacia los cristianos, les devolvió sus bienes y les pidió que rezaran a su Dios por su salvación. Nadie le creyó. Era el edicto de un hombre acabado.

Allí, en el verano de 313, mientras las vanguardias de Licinio se acercaban, Maximino Daya murió. Las fuentes cristianas describen su muerte como un horrendo castigo divino. Lactancio narra que, tras ingerir un veneno que no le mató al instante, sufrió una agonía de varios días en la que sus ojos se salieron de las órbitas y su cuerpo se consumió desde dentro, admitiendo finalmente el poder del Dios cristiano. Es más probable que muriera de una enfermedad repentina (quizás el tifus) o que el veneno actuara de forma más lenta.

Licinio, el vencedor, fue implacable. Decretó una damnatio memoriae total: el nombre de Daya fue borrado de todos los monumentos, sus estatuas derribadas. Su familia fue sistemáticamente aniquilada. Su esposa y sus dos hijos pequeños fueron asesinados para que no quedara rastro de su linaje. El último gran perseguidor había sido borrado de la historia por los mismos métodos brutales que él había empleado.

Legado y Evaluación Histórica

Maximino Daya es una de las figuras más denigradas de la historia romana. Su imagen ha sido modelada casi exclusivamente por sus víctimas, los historiadores cristianos que lo retrataron como la encarnación del mal. Para ellos, fue un tirano brutal, lujurioso y de inteligencia limitada, cuyo final espantoso fue la prueba irrefutable del juicio de Dios.

Esta visión, aunque comprensible, es incompleta. Sin negar su crueldad y su gobierno opresivo, un análisis más profundo lo revela como una figura trágica y compleja. Fue el último emperador en creer, con fanatismo, que la supervivencia del Imperio Romano dependía de la erradicación del cristianismo y la restauración de la piedad tradicional. Su proyecto de una "Iglesia Pagana" no fue el acto de un bárbaro, sino el de un reaccionario inteligente que comprendió la naturaleza de la amenaza que representaba la estructura organizativa cristiana. Fracasó donde, medio siglo después, el emperador Juliano "el Apóstata" intentaría una restauración pagana más filosófica e intelectual, habiendo aprendido quizás de los errores de la brutalidad de Daya.

Maximino Daya representa el estertor final de un mundo que se extinguía. Su derrota no fue solo militar, sino ideológica. Su caída simbolizó el fracaso del paganismo tradicional para ofrecer una alternativa espiritual y estructural a la creciente marea cristiana. Paradójicamente, con su persecución fanática, lo único que consiguió fue crear una legión de mártires, fortalecer la cohesión de la Iglesia y demostrar, para los fieles, que su fe podía sobrevivir incluso al ataque más despiadado del poder imperial. Su historia es un recordatorio sombrío de la violencia inherente a las grandes transiciones históricas y el epitafio de un emperador que apostó todo por los viejos dioses y lo perdió todo frente al nuevo.

Libros Recomendados

Para profundizar en la figura de Maximino II Daya y el complejo periodo de la Tetrarquía, se recomiendan las siguientes obras, algunas de las cuales pueden encontrarse en español o son referencias académicas fundamentales:

  1. Lactancio, Sobre la muerte de los perseguidores (De mortibus persecutorum): Una fuente primaria indispensable. Escrita por un autor cristiano contemporáneo, es una obra de propaganda apasionada y hostil hacia Daya y los demás perseguidores, pero ofrece detalles únicos sobre los acontecimientos y la mentalidad de la época.

  2. Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica y Sobre los mártires de Palestina: Otra fuente primaria crucial. Eusebio fue testigo presencial de la persecución de Daya en Palestina y su obra es fundamental para entender la escala y la naturaleza de la misma, aunque su perspectiva es, lógicamente, pro-cristiana.

  3. Southern, Pat. The Roman Empire from Severus to Constantine (Routledge, 2001): Un excelente análisis en inglés del turbulento siglo III y la transición hacia el siglo IV. Sitúa a Maximino Daya en su contexto político y militar de manera clara y accesible.

  4. Williams, Stephen. Diocletian and the Roman Recovery (Routledge, 1996): Aunque centrado en Diocleciano, este libro es fundamental para comprender el sistema de la Tetrarquía que Maximino Daya heredó y ayudó a destruir. Ofrece un contexto magnífico sobre las reformas administrativas, militares y religiosas del periodo.

  5. Barnes, Timothy D. The New Empire of Diocletian and Constantine (Harvard University Press, 1982): Una obra académica de referencia, muy detallada, para cualquiera que desee profundizar en las complejidades de la cronología, la prosopografía y las estructuras de poder durante la Tetrarquía y el ascenso de Constantino.

  6. Sotomayor, Manuel y Fernández Ubiña, José (coords.). Historia del Cristianismo I. El Mundo Antiguo (Trotta, 2003): Una obra colectiva en español que ofrece un panorama extenso sobre la expansión del cristianismo primitivo y sus conflictos con el poder romano, contextualizando perfectamente la persecución de Maximino Daya.

  7. Bravo, Gonzalo. Historia del Mundo Antiguo. 50. La época de la Tetrarquía (Akal, 1989): Un volumen conciso y claro en español, ideal como introducción al complejo sistema tetrárquico y a las figuras que lo protagonizaron, incluyendo a Maximino Daya.

Emperador Maximino Daia. Fundido en el museo de Pushkin después del original en El Cairo. Shakko.Creative Commons Attribution 3.0 Unported.

Emperor Maximinus Daia. Cast in Pushkin museum after original in Cairo. shakko. Creative Commons Attribution 3.0 Unported license.