Constante: El Breve y Tumultuoso Reinado del Augusto
Flavius Julius Constans, el hijo menor de Constantino el Grande, heredó un imperio fracturado. Su breve pero intenso reinado (337-350 d.C.) estuvo marcado por la victoria sobre su hermano Constantino II, que lo convirtió en soberano de todo el Occidente. Demostró ser un comandante militar capaz en las fronteras, pero su legado más significativo fue su inquebrantable defensa del cristianismo niceno frente a la herejía arriana que dominaba en Oriente. A pesar de sus éxitos, su gobierno autoritario, su opresiva política fiscal y su creciente impopularidad alimentaron una conspiración fatal. Traicionado por sus propias tropas, fue asesinado por el usurpador Magnencio, un final violento para un emperador cuyo gobierno fue una constante lucha por mantener el poder, la fe y la unidad en un mundo en plena transformación. Su caída desató una nueva y sangrienta guerra civil que sacudiría los cimientos del imperio.
EMPERADORES
Flavius Julius Constans, conocido simplemente como Constante, emerge en la tumultuosa escena del siglo IV como una figura de profundos contrastes. El más joven de los hijos de Constantino el Grande, su vida fue un torbellino de poder dinástico, fe ferviente, intriga política y un final abrupto y violento. Su reinado, que abarcó desde el año 337 hasta el 350 d.C., fue fundamental para la consolidación del cristianismo niceno en Occidente y estuvo marcado por conflictos fratricidas, exitosas campañas militares y una impopularidad creciente que sellaría su destino. A través de su historia, no solo observamos el gobierno de un emperador, sino también las tensiones sísmicas que sacudían los cimientos de un Imperio Romano en plena transformación, dividido entre hermanos, dioses y facciones. La suya es la crónica de un Augusto que heredó un mundo y luchó por mantenerlo, solo para ser consumido por las mismas fuerzas que intentaba dominar.
Orígenes y Ascenso al Poder: La Sombra de un Padre Gigante
Nacido alrededor del año 323 d.C., Constante era el tercer y más joven hijo varón de Constantino I el Grande y su segunda esposa, Fausta. Su nacimiento lo situó directamente en el epicentro del poder imperial, en una familia que había redefinido la estructura y el alma del Imperio Romano. Creció a la sombra colosal de su padre, el hombre que había puesto fin a la tetrarquía, unificado el imperio bajo su único mando y, de manera crucial, había iniciado su cristianización. Su infancia y juventud transcurrieron en las cortes imperiales, probablemente en Constantinopla o en alguna de las capitales provinciales, donde recibió una esmerada educación en retórica, latín, griego y el arte de la guerra, preparándose para el rol que la sangre le había asignado.
La maquinaria de sucesión de Constantino era clara: el poder debía permanecer dentro de la dinastía. Siguiendo esta lógica, el 25 de diciembre de 333 d.C., un joven Constante, que apenas contaba con diez años, fue elevado al rango de César. Este título no era meramente honorífico; lo convertía en un gobernante junior, un aprendiz de emperador con responsabilidades teóricas sobre una porción del imperio, aunque en la práctica seguía bajo la tutela de su padre. Se le asignó el gobierno de las prefecturas de Italia, África e Iliria, un vasto y estratégico territorio que incluía la propia Roma. Esta temprana designación lo colocó en igualdad de condiciones nominales con sus hermanos mayores, Constantino II y Constancio II, y sus primos, Dalmacio y Anibaliano, quienes también habían recibido títulos y territorios en el complejo esquema sucesorio del emperador.
El sistema diseñado por Constantino, que pretendía evitar las guerras civiles que habían plagado a sus predecesores, era intrínsecamente inestable. Al dividir la responsabilidad del gobierno entre cinco jóvenes ambiciosos y emparentados, sembró sin saberlo las semillas de la futura discordia. Durante los últimos años del reinado de su padre, Constante aprendió los rudimentos del gobierno, aunque su juventud implicaba que las decisiones importantes eran tomadas por burócratas y generales veteranos leales a la dinastía.
El punto de inflexión llegó en mayo de 337 d.C. con la muerte de Constantino el Grande. El fallecimiento del patriarca dejó un vacío de poder que fue llenado casi de inmediato por la violencia. El ejército, concentrado en Constantinopla para una campaña persa, declaró su lealtad exclusiva a los hijos del difunto emperador. Lo que siguió fue una purga sangrienta y sistemática de casi todos los demás parientes varones de Constantino que podían albergar alguna pretensión al trono. Sus primos, Dalmacio y Anibaliano, junto con otros miembros de la familia, fueron masacrados por los soldados, en un acto que los historiadores antiguos atribuyen, con distintos grados de certeza, a la instigación o al consentimiento tácito de los tres hermanos. Constancio II, presente en la capital, parece haber sido el principal beneficiario y posible arquitecto de esta conspiración.
Con sus rivales dinásticos eliminados, los tres hijos de Constantino se reunieron en septiembre de 337 d.C. en la ciudad de Viminacium, en la provincia de Moesia Superior (cerca de la actual Kostolac en Serbia), para formalizar la división del mundo romano. En este congreso, se repartieron el imperio y se autoproclamaron Augustos, un título que los elevaba de la categoría de Césares a la de emperadores plenos. A Constante se le confirmó el control sobre Italia y África, a las que se añadieron las diócesis de Panonia y Dacia. Constantino II, el primogénito, retuvo el control de la Galia, Britania e Hispania, mientras que Constancio II, el segundo hermano, se quedó con la porción más rica y extensa: todo el Oriente, incluyendo Egipto y Tracia.
Así, con apenas catorce años, Constante se convirtió en uno de los tres amos del Imperio Romano. Su ascenso no fue el resultado de sus propios méritos o conquistas, sino la consecuencia directa de su linaje y de las sangrientas maniobras que siguieron a la muerte de su padre. Heredó un poder inmenso, pero también un legado de rivalidad fratricida y un imperio cuya unidad, tan costosamente lograda por Constantino, volvía a fracturarse.
El Reparto del Imperio y el Conflicto Fratricida
La división tripartita del Imperio Romano acordada en Viminacium estaba destinada a fracasar. Aunque los tres hermanos compartían el título de Augusto, la paridad era solo nominal. Constantino II, como hermano mayor, reclamaba una especie de primacía y tutela sobre el joven Constante. Consideraba que su porción del imperio era insuficiente en comparación con la de sus hermanos y, sobre todo, sentía que su autoridad sobre Constante, quien aún era un adolescente, debía ser más que simbólica. Esta tensión latente no tardó en estallar en un conflicto abierto.
Inicialmente, Constante aceptó la supervisión de su hermano mayor. Las primeras monedas acuñadas en sus territorios a menudo mostraban un reconocimiento de la antigüedad de Constantino II. Sin embargo, a medida que Constante maduraba y se rodeaba de sus propios consejeros y generales, comenzó a afirmar su independencia. Se resistió a las injerencias de Constantino II en los asuntos de sus provincias y empezó a legislar y a gobernar con una autoridad que su hermano consideraba una afrenta. Las fuentes sugieren que el punto de ruptura fue la disputa sobre el control de las provincias africanas y la cuestión de si Cartago debía responder ante Constante o Constantino II.
En el año 340 d.C., la paciencia de Constantino II se agotó. Con el pretexto de dirigirse a la frontera del Danubio para ayudar a Constante en la lucha contra los sármatas, cruzó los Alpes con un ejército e invadió el norte de Italia. Su objetivo era claro: someter a su hermano menor y arrebatarle sus territorios para restablecer lo que él consideraba su legítimo derecho de primogenitura. La invasión tomó a Constante por sorpresa. En ese momento, se encontraba en Dacia, lejos del corazón de Italia, lidiando con las amenazas bárbaras.
La campaña de Constantino II pareció tener éxito al principio. Avanzó rápidamente por el norte de Italia, encontrando poca resistencia. Sin embargo, su exceso de confianza se convirtió en su perdición. Constante, demostrando una astucia y una capacidad de reacción notables para su edad, envió a una de sus unidades de élite ilirias para contener el avance de su hermano mientras él reunía al grueso de su ejército. Los generales de Constante tendieron una emboscada a Constantino II cerca de la estratégica ciudad de Aquileia. En una escaramuza, el emperador mayor fue aislado de su guardia personal, asesinado y su cuerpo arrojado al río Alsa.
La muerte de Constantino II cambió drásticamente el equilibrio de poder. De la noche a la mañana, con solo diecisiete años, Constante se convirtió en el gobernante indiscutible de todo el Occidente romano. Las provincias de Constantino II —Galia, Britania e Hispania— pasaron a su control sin más derramamiento de sangre. El conflicto fratricida, aunque breve y decisivo, había eliminado a uno de los tres Augustos y había concentrado un poder inmenso en manos del más joven. Ahora, el Imperio Romano estaba dividido en dos grandes bloques: el Occidente, bajo el mando de un victorioso y envalentonado Constante, y el Oriente, gobernado por su único hermano restante, Constancio II. Esta nueva dualidad definiría la política imperial durante la siguiente década, marcada por una cooperación tensa y una profunda desconfianza mutua, especialmente en el ámbito religioso.
Un Reinado de Contrastes: Política Interior y Defensa
Tras la eliminación de su hermano y la consolidación de su poder sobre todo el Occidente, Constante se reveló como un emperador enérgico y capaz, al menos en el ámbito militar. Su reinado se caracterizó por una activa defensa de las fronteras y una política interior firme, aunque a menudo controvertida y autoritaria.
Éxitos Militares y Defensa de las Fronteras
Constante demostró ser un comandante competente, continuando la tradición militar de su padre. Pasó una parte significativa de su reinado en las fronteras, liderando personalmente a sus ejércitos contra las amenazas bárbaras.
Frontera del Danubio: Antes del conflicto con su hermano, ya en el año 338 d.C., había obtenido una importante victoria contra los sármatas en la frontera del Danubio, asegurando temporalmente la paz en una región crónicamente inestable. Esta campaña le granjeó el respeto de las legiones ilirias, que formarían el núcleo de su poder militar.
Campaña contra los Francos: Entre los años 341 y 342 d.C., dirigió una exitosa campaña contra los francos en la Galia. Cruzó el Rin y los forzó a firmar un tratado de paz favorable a Roma, pacificando esa sección de la frontera durante varios años. Estas victorias no solo aseguraron el limes, sino que también reforzaron su imagen como un líder militar fuerte, un requisito indispensable para cualquier emperador romano.
La Expedición a Britania (343 d.C.): Quizás su acción militar más sorprendente y enigmática fue su expedición a la provincia de Britania en el invierno del 343 d.C. Cruzar el Canal de la Mancha en pleno invierno era una empresa extremadamente peligrosa y poco común. Fue el primer emperador en visitar la isla desde Septimio Severo más de un siglo antes. Las fuentes son escasas sobre el motivo exacto de este viaje. El historiador Amiano Marcelino lo menciona de pasada, sugiriendo que fue para hacer frente a una amenaza de los pictos y escotos. Otros historiadores especulan que podría haber estado relacionado con la supresión de algún motín local o para reforzar la lealtad de las legiones británicas. Independientemente de la razón, el viaje demostró su audacia y su disposición a ocuparse personalmente de los problemas en las provincias más remotas de su imperio, un gesto que sin duda impresionó a sus contemporáneos.
Administración y Legislación
En el ámbito civil, el gobierno de Constante fue mucho más polémico. Su política interna reflejaba tanto su herencia constantiniana como su propio carácter, a menudo descrito por las fuentes como severo y codicioso.
Política Fiscal: Constante necesitaba enormes sumas de dinero para mantener su gran ejército y su corte. Su administración fiscal fue notoriamente rigurosa y, a menudo, opresiva. Aumentó los impuestos y recurrió a la confiscación de bienes de personas acaudaladas bajo diversos pretextos, lo que le generó una gran animosidad entre la aristocracia senatorial y las élites provinciales. Fue acusado de avaricia y de vender cargos públicos y favores a los mejores postores.
Legislación Social y Religiosa: Su legislación reflejaba su ferviente fe cristiana y una moralidad estricta. En 341 d.C., emitió un edicto junto a Constancio II que prohibía los sacrificios paganos. Aunque el paganismo en sí no fue proscrito, esta ley representó un paso significativo en la supresión de las prácticas religiosas tradicionales. De manera aún más notable, en el año 342 d.C., promulgó una ley que castigaba severamente la homosexualidad masculina, una de las primeras legislaciones de este tipo en la historia romana, lo que indica una clara ruptura con la moralidad clásica y la imposición de una nueva ética cristiana desde el poder.
Su gobierno, por tanto, fue una mezcla de éxito militar y descontento civil. Mientras que las legiones en las fronteras lo respetaban como un general victorioso, la población civil y las clases altas en las provincias sufrían su dura política fiscal y su autoritarismo. Esta creciente brecha entre su reputación militar y su impopularidad interna acabaría por convertirse en su talón de Aquiles.
La Cuestión Religiosa: Un Emperador Cristiano Niceno
La división más profunda entre Constante y su hermano Constancio II no era territorial, sino teológica. El siglo IV fue un período de intensos debates doctrinales dentro del cristianismo, y la controversia arriana —que cuestionaba la plena divinidad de Cristo— estaba en su apogeo. Mientras que Constancio II, en Oriente, se inclinaba cada vez más hacia el arrianismo o, más concretamente, hacia las facciones semi-arrianas, Constante se erigió como un campeón incondicional de la ortodoxia nicena, la doctrina establecida en el Concilio de Nicea del 325 d.C. convocado por su padre, que afirmaba que el Hijo era homoousios (de la misma sustancia) que el Padre.
Esta diferencia teológica tuvo profundas consecuencias políticas. Constante utilizó su poder para proteger a los obispos nicenos que habían sido exiliados por los gobernantes pro-arrianos en Oriente. Su protegido más famoso fue Atanasio de Alejandría, el principal defensor de la fe de Nicea. Cuando Atanasio fue depuesto y exiliado por segunda vez, encontró refugio y apoyo en el Occidente de Constante. Constante lo recibió en su corte, lo trató con honor y presionó incansablemente a su hermano para que lo restituyera en su sede episcopal.
El punto álgido de esta confrontación teológica fue el Concilio de Serdica (la actual Sofía, en Bulgaria) en el año 343 d.C. Convocado conjuntamente por ambos emperadores, el concilio pretendía resolver la crisis arriana y reunificar la Iglesia. Sin embargo, el intento fracasó estrepitosamente. Los obispos orientales y occidentales ni siquiera pudieron reunirse en la misma sala. Los orientales se negaron a participar si Atanasio y otros obispos depuestos eran admitidos en las sesiones. Finalmente, el concilio se dividió en dos sínodos rivales: los obispos occidentales se reunieron en Serdica y reafirmaron la fe de Nicea y la inocencia de Atanasio, mientras que los orientales se retiraron a Filipópolis y emitieron sus propias condenas contra el partido niceno.
El cisma de Serdica dejó a la Iglesia más dividida que nunca. Constante, frustrado por la intransigencia de los orientales y el apoyo de su hermano a la causa arriana, llegó a amenazar a Constancio II con una guerra civil si no permitía el regreso de Atanasio a Alejandría. La amenaza fue tan creíble —dado el historial militar de Constante y la preocupación de Constancio por la frontera persa— que el emperador de Oriente finalmente cedió. En 346 d.C., Atanasio fue restaurado triunfalmente en su sede.
La intervención de Constante fue decisiva para la supervivencia y el eventual triunfo de la ortodoxia nicena en un momento en que parecía estar perdiendo terreno en el teológicamente más sofisticado y poblado Oriente. Su firmeza aseguró que el Occidente latino se convirtiera en un bastión inexpugnable de la fe de Nicea. Sin embargo, su política religiosa no estuvo exenta de problemas. En el norte de África, se enfrentó al cisma donatista, una facción cristiana rigorista. Intentó forzar su reunificación con la Iglesia católica mediante una mezcla de sobornos y coacción violenta, lo que provocó revueltas y un resentimiento duradero.
Para Constante, la fe no era una cuestión privada, sino un pilar fundamental de la estabilidad y la identidad del imperio. Se veía a sí mismo como un defensor de la "verdadera fe", un papel heredado de su padre. Esta convicción lo convirtió en una figura clave en la historia del cristianismo, pero su celo también contribuyó a la creciente polarización del mundo romano.
La Caída y el Asesinato: Conspiración y Usurpación
A pesar de sus éxitos militares y su firmeza religiosa, el reinado de Constante se desmoronó desde dentro. A finales de la década de 340, su popularidad había caído en picado. Las fuentes antiguas, aunque a menudo hostiles, coinciden en las razones de este descontento generalizado.
Avaricia y Corrupción: Su política fiscal opresiva y su reputación de codicia lo habían enemistado con las clases altas.
Crueldad y Autoritarismo: Se le acusaba de gobernar de manera arbitraria y cruel, sin el debido respeto por las tradiciones senatoriales.
Favoritismo: Una de las críticas más persistentes y dañinas era su favoritismo hacia su guardia personal de origen germánico. Se decía que los prefería a los soldados romanos, que les otorgaba honores y riquezas inmerecidas y, según algunas fuentes maliciosas, que mantenía relaciones inapropiadas con algunos de sus miembros más apuestos. Esta acusación, ya fuera cierta o una calumnia, minó fatalmente la lealtad del cuerpo de oficiales romanos.
Descuido del Ejército: Aunque era un general exitoso, parece que en los últimos años de su reinado descuidó la disciplina y el bienestar de las tropas regulares, centrándose en sus guardaespaldas de élite.
La combinación de un ejército descontento y una aristocracia resentida creó un caldo de cultivo perfecto para la conspiración. El catalizador de la rebelión fue Magnencio, un oficial de alto rango de origen germánico que comandaba las prestigiosas legiones de los Herculiani y los Ioviani. Era un soldado ambicioso y carismático que supo capitalizar el descontento reinante.
La conspiración culminó en enero del año 350 d.C. Mientras Constante se encontraba en sus pabellones de caza en los bosques de la Galia, se celebró un banquete en la ciudad de Augustodunum (Autun). Durante la fiesta, y como parte de un plan preconcebido, Magnencio se retiró brevemente y regresó vestido con la púrpura imperial. Los conspiradores, entre los que se encontraban altos funcionarios civiles y militares, lo aclamaron inmediatamente como Augusto. La guarnición local y, poco después, las legiones del Rin se unieron a la usurpación con una rapidez que revela la profundidad del descontento contra Constante.
La noticia de la rebelión llegó a Constante cuando ya era demasiado tarde. Abandonado por la mayoría de sus tropas, se vio obligado a huir para salvar la vida. Su objetivo era llegar a Hispania, con la esperanza de reorganizar sus fuerzas o escapar por mar hacia los dominios de su hermano Constancio. Sin embargo, los agentes de Magnencio, liderados por un oficial llamado Gaiso, lo persiguieron sin descanso.
Lo alcanzaron cerca de los Pirineos, en una pequeña fortaleza llamada Castrum Helenae (la actual Elne, en el sur de Francia). Constante buscó refugio en un templo, pero los asesinos no respetaron la santidad del lugar. Lo arrastraron fuera y lo mataron sin contemplaciones. Tenía solo veintisiete años.
La muerte de Constante sumió al Imperio Occidental en el caos. Magnencio se hizo con el control de la Galia, Italia y África, pero su usurpación desencadenó una sangrienta guerra civil de tres años contra Constancio II, quien marchó desde Oriente para vengar a su hermano y reunificar el imperio bajo su único mando.
Legado y Valoración Histórica
La figura de Constante es compleja y a menudo subestimada, eclipsada por la grandeza de su padre Constantino y la larga y turbulenta carrera de su hermano Constancio II. Su reinado de trece años, aunque relativamente breve, tuvo un impacto duradero en la trayectoria del Imperio Romano tardío.
Su legado más significativo reside, sin duda, en el ámbito religioso. Su defensa inquebrantable de la ortodoxia nicena en un momento crítico fue fundamental para el futuro del cristianismo. Al proporcionar un refugio seguro para Atanasio y otros líderes nicenos y al presionar a su hermano, aseguró que la teología de Nicea no fuera barrida por el arrianismo dominante en Oriente. El Occidente latino, gracias a él, se consolidó como el corazón de lo que finalmente se convertiría en la Iglesia Católica Romana.
Como líder militar, demostró ser valiente y competente. Sus campañas exitosas contra sármatas y francos, y su audaz expedición a Britania, muestran a un emperador que se tomó en serio su deber de defender las fronteras. Mantuvo la estabilidad en Occidente durante más de una década, un logro nada despreciable en el caótico siglo IV.
Sin embargo, sus defectos como gobernante civil son igualmente innegables y fueron la causa directa de su violenta caída. Su gobierno fue autoritario, su política fiscal opresiva y su carácter, según las fuentes, combinaba la arrogancia con la crueldad y la avaricia. No supo, o no quiso, ganarse la lealtad de las élites civiles y militares romanas, prefiriendo rodearse de favoritos que lo aislaron y, en última instancia, no pudieron protegerlo. Su asesinato a manos de Magnencio no solo puso fin a su vida, sino que también desató una de las guerras civiles más destructivas del siglo, un conflicto que debilitó aún más las defensas del imperio y costó decenas de miles de vidas romanas.
En última instancia, Constante fue un producto de su tiempo: un emperador nacido en la púrpura, criado como un autócrata cristiano y convencido de su derecho divino a gobernar. Fue un defensor de su fe y un soldado capaz, pero le faltó la habilidad política y la prudencia de su padre para navegar las complejas corrientes de la corte y el ejército. Su trágico final sirve como un poderoso recordatorio de que, en el volátil mundo del Imperio Romano tardío, la victoria en el campo de batalla no garantizaba la supervivencia en el palacio.
Libros Recomendados
Para aquellos interesados en profundizar en el reinado de Constante y el complejo mundo del siglo IV, se recomiendan las siguientes obras en español:
Potter, David S. The Roman Empire at Bay, AD 180-395. (Publicado en español como El Imperio Romano en la Bahía, 180-395 d.C. por Editorial Crítica). Aunque abarca un período más amplio, ofrece un excelente contexto sobre las dinámicas políticas y militares de la época de Constante.
Goldsworthy, Adrian. La caída del Imperio romano: El ocaso de Occidente. (Editorial La Esfera de los Libros). Un análisis accesible y detallado de las causas militares y políticas que llevaron al declive del Imperio Occidental, situando el reinado de Constante y las guerras civiles constantinianas en una perspectiva más amplia.
Bravo, Gonzalo. Historia del Mundo Antiguo: Una introducción crítica. (Alianza Editorial). Este manual universitario ofrece una visión general sólida del período, con capítulos dedicados a la dinastía constantiniana y las transformaciones religiosas y sociales del siglo IV.
Barnes, Timothy D. Athanasius and Constantius: Theology and Politics in the Constantinian Empire. (Harvard University Press). Aunque es una obra académica en inglés, es fundamental para entender la política religiosa de Constante y Constancio. No tiene una traducción directa al español, pero es una referencia esencial para los estudiosos del período.
García Moreno, Luis A. El Bajo Imperio Romano. (Editorial Síntesis). Un excelente libro de un especialista español que analiza en profundidad las estructuras políticas, sociales y económicas del Imperio Romano desde Diocleciano hasta la caída de Occidente, con un tratamiento detallado de la era de los hijos de Constantino.
Fuentes






